Capitulo 40

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Elsa se aseguró de que el pasillo estuviera vacío y salió del despacho. No era capaz de volver a meterse en el conducto. Oyó voces al otro lado de la esquina, así que se pegó contra la pared y esperó.

Una mano fría y húmeda le tapó la boca: Tom.

—No vas a ninguna parte —le dijo.

Ella empezó a darle patadas y a agitar los brazos para intentar zafarse de él.

—Tenemos que estar aquí —siguió diciendo Tom—. ¿Por qué no terminas de entenderlo? ¿Qué más hace falta para que lo veas?

Ella apartó la mano de la boca.

—Suéltame —siseó—. Suéltame ya...

—¡Guardias! Tengo a una... Tengo a Winchester...

Elsa siguió forcejeando, pero Tom la tenía bien sujeta.

—¿Quieres volver al mundo real? Bueno, este es el mundo real. Es más real que cualquier cosa de fuera... Que cualquier cosa.

Elsa se retorció, desesperada.

—¿De verdad quieres pasarte aquí dentro toda la vida, preso?

—Ahí fuera no hay nada para mí — respondió Tom—. No podéis iros. Tenéis que quedaros... todos.

El chico echó la cabeza atrás para chillar de nuevo, pero, cuando abrió la boca para llamar a los guardias, Elsa consiguió liberarse la rodilla y golpearle con ella entre las piernas. Tom dejó escapar un grito desinflado y cayó al suelo entre resuellos, con el rostro congestionado. Elsa le lanzó una última mirada, más de pena que de otra cosa, y salió corriendo.

La sensación de triunfo le duró poco,

ya que cuatro guardias le cortaban el paso, cada uno con un ibis apuntándole al cuerpo.

El gemido de la celda de al lado hizo que Harlan, ya de por sí nervioso, se levantara de un salto. Intentó asomarse entre los barrotes para ver qué pasaba en la celda de Julian, pero no veía nada.

—¿Sleave? ¿Qué pasa ahí dentro? —preguntó un carcelero mientras buscaba sus llaves—. Levanta.

La puerta de la celda se abrió con un chirrido. Unos segundos después se oyó un ibis rasgando el aire, y el guardia se derrumbó contra los barrotes.

Julian salió de la celda, se agachó y le quitó la segunda arma y las llaves. Después pasó por encima del cuerpo, como si nada.

—Nos vemos —le dijo a Harlan, que se había quedado mudo.

El chico se paseó por delante de las siguientes celdas y se encontró con Jes acurrucada en el suelo de la suya.

—¿Todavía quieres salir?

Jes se enderezó y se puso en pie.

—¿Desde cuándo te importa lo que yo quiera? Solo te preocupas de ti mismo.

—Tenemos intereses comunes — respondió Julian, y sacó uno de los ibis para pasárselo entre los barrotes antes de abrir la puerta de la celda—. Y lo más importante es que vas a ayudarme a encontrar ese túnel que da al patio.

—Si nos hubieses dejado hacerlo a nuestro modo, ya estaríamos en el bosque.

—¿Ah, sí? Lo último que he oído era que Ryan estaba en aislamiento. Y ya te advertí sobre eso. Y sin mi ibis... —El ibis de Harlan.

—Yo soy el que encontró el puñetero cacharro en el patio, bajo la nieve. Es mi ibis —repitió.

Mientras los presos convertidos observaban el drama en silencio, otros gritaban pidiendo que los liberasen.

—No hay tiempo —le dijo Julian a Jes, anticipándose a su siguiente movimiento—. ¿Y cómo sabes que no nos entregarán?

Jes le quitó las llaves a Julian, cogió su abrigo y corrió a la celda de Harlan para liberarlo tan deprisa como le fue posible. Después lanzó las llaves hacia una celda del fondo, pero no se quedó para ver si había apuntado bien.

Julian corrió por la galería hacia el pasillo y lo recorrió con precaución, con Jes y Harlan detrás. Cuando llegó al final del pasillo, se detuvo.

—¿Qué pasa? —susurró Jes al acercarse.

—Elsa —respondió Julian en voz baja—. La han pillado.

—¿Cuántos guardias?

—Veo cuatro. Así que cuatro más de la cuenta.

—Tenemos que ayudarla, Julian.

—No pienso arriesgar mi libertad por una mocosa.

—Sin esa «mocosa» no obtendrás tu libertad... Se suponía que Elsa iba a conseguir la llave del aula.

Julian se detuvo y se asomó de nuevo a la esquina.

—Vale —aceptó a regañadientes.

Después se volvió hacia Harlan, que había guardado silencio hasta entonces —. No tienes arma, así que te sugiero que vayas al aula y nos esperes allí. A lo mejor encuentras el modo de entrar.

Harlan miró a Jes en busca de su aprobación y se alejó corriendo.

—A la de tres —dijo Julian, levantando el ibis.

Jes asintió y levantó su arma.

***

—No... No voy a ninguna parte —dijo Elsa. Le temblaban las manos—. Solo estaba acabando mis tareas...

Uno de los guardias avanzó despacio hacia ella.

—¿Te crees que somos estúpidos, Winchester? Sabemos perfectamente lo que hacías. Echa un vistazo a tu alrededor mientras puedas porque, cuando estés en aislamiento, te vas a quedar sin ver la luz del día durante una buena temporada.

Elsa hizo una mueca cuando el hombre la apuntó con su arma. Sin embargo, con el rabillo del ojo vio que Julian y Jes aparecían detrás del grupo.

Los dos chicos dispararon tres veces muy deprisa y acertaron las tres. La cuarta solo rozó el muslo del guardia más cercano. Al hombre le falló la pierna y cayó al suelo.

—¡Necesitamos ayuda! —gritó por la radio—. ¡Nos han tendido una emboscada! Dad la alarma...

Julian lo silenció de otro disparo. Entendía por qué a los guardias les gustaba tanto disparar los ibis: era excitante (incluso adictivo) manejar tanto poder.

—¡Lo hemos conseguido! —exclamó Jes, saltando por encima de los cuerpos para abrazar a Elsa, que estaba recogiendo los ibis de los caídos—. Ahora, a ver si conseguimos salir de aquí...

Su celebración se cortó de cuajo al oír que la alarma empezaba a sonar por los altavoces. En la galería delantera, todos los presos se taparon las orejas con las manos.

—Es demasiado tarde —dijo Julian

—. Bloquearán las puertas, la entrada...

—Siempre hay una salida —repuso Jes, que no estaba dispuesta a aceptar la derrota—. Tenemos que intentarlo...

Julian la agarró por los hombros.

—No lo entiendes, Jes, estamos atrapados. Deberíamos rendirnos — añadió, bajando el ibis.

—Jes —dijo Elsa, con lágrimas en

los ojos—. Odio decirlo, pero creo que tiene razón. No conseguí encontrar la llave del aula. No estaba.

Por la ventana, Jes vio que dos camiones cargados de guardias pasaban a toda velocidad.

—No pienso rendirme —afirmó, mordiéndose el labio—. Voy a liberar a Ryan. No pienso rendirme.

Empezó a bajar las escaleras que daban a las celdas de aislamiento.

—Voy contigo —dijo Elsa.

—¿Y tú, Julian?

—A ningún lugar —respondió él en tono amargo mientras contemplaba las paredes que lo rodeaban—. No voy a ningún lugar. 

Sin Lugar - Jon RobinsonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora