—Cerrada —dijo Harlan—, como suponía.
Le dio una patada inútil a la puerta del aula antes de dirigirse al despacho. La puerta estaba entreabierta.
«Aquí era donde Elsa se suponía que debía conseguir las llaves», pensó. Se metió a hurtadillas y vio el armario destrozado en la pared y el montón de cristales rotos en el suelo.
Examinó las etiquetas de plástico del interior del armario. «Aquí no están las del aula. Estaba buscando donde no era».
Harlan vio un trapo de cocina en el respaldo de una silla. Con el índice y el pulgar, recogió un fragmento de cristal y lo enrolló en el trapo para que sirviera de mango. Con el fragmento bien sujeto en la mano, contempló su reflejo en la ventana. Se le notaba la responsabilidad en los ojos.
Regresó al pasillo y lo recorrió hasta que vio a un guardia que estaba de espaldas a él, hablando por la radio. A sus pies había una pila de cuerpos tirados por el suelo que gruñían débilmente. Daba la impresión de que los otros habían logrado llegar hasta allí, pero ¿dónde se habrían metido?
Harlan vaciló. Después se acercó con sigilo al guardia, despacio, casi como si no controlara del todo su cuerpo. Agarraba con fuerza el fragmento de cristal.
Con un movimiento rápido, rodeó el cuello del carcelero con el brazo y le puso el cristal delante de la cara.
—Las llaves del aula —susurró.
—No... No las tengo.
—Mentiroso.
—Lo juro —lloriqueó el guardia.
—Pues llama a alguien que las tenga. Deprisa.
El guardia, aterrado, se había quedado mirando los reflejos de la tenue luz del pasillo en el cristal.
—Vale. Pero... ten cuidado con eso.
Harlan le quitó el ibis del cinturón y lanzó el cristal al suelo.
El hombre pulsó un botón del transmisor y se la llevó a los labios.
—J-Jim —tartamudeó, notando cada temblor del ibis en la base del cráneo—. Ne-necesito que abras el aula...
—¿Por qué yo? Martin tiene el otro juego de llaves...
—Deprisa —dijo Harlan entre dientes.
—Deprisa —repitió el guardia—,
son órdenes de Adler...
Después quitó el dedo del botón y tiró el transmisor al suelo.
—He hecho lo que me has pedido... Por favor, deja que me vaya, por favor.
Harlan soltó al hombre y, cuando este se volvió, apretó el gatillo del ibis.
El repentino chisporroteo de la estática despertó a Alyn de una siesta sin sueños.
«¿Cuánto tiempo llevo dormido?», pensó. Le entró el pánico, apartó las cajas que había acercado al escritorio y abrió los ojos poco a poco. Tenía el lejano recuerdo de haber encontrado un bollo a medio comer en uno de los cajones. «¿Es un recuerdo o solo un sueño?», se preguntó. Las migas del uniforme indicaban que se trataba de lo primero.
—¿Estás ahí? —oyó de nuevo—.
¿Johnson? Repito: ¿Estás ahí?
Alyn se puso de pie y buscó el origen del sonido. Al final descubrió que salía de un walkie-talkie que se había caído detrás del armario.
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Sin Lugar - Jon Robinson
Science FictionEn SIN LUGAR, liberarse es el fin y el principio de una aventura sin tregua. En medio de un bosque denso, se esconde SIN LUGAR, una prisión apartada donde han encerrado a cien adolescentes de todo el país. Todos ellos son criminales, aunque ninguno...