Julian esperó hasta la noche para sacar el ibis de debajo del colchón. El arma era mucho más ligera de lo que se había imaginado. Acarició el frío metal, le dio vueltas entre las manos y apoyó el pulgar en el gatillo. Le costaba resistir la tentación de dejar escapar un disparo sónico a través de los barrotes de la celda. A regañadientes, apartó el pulgar del gatillo.
Después se metió debajo de la cama y quitó un ladrillo de la pared. Había conseguido liberarlo después de rascar durante varios meses el cemento con un destornillador que le había robado a uno de los guardias.
Dentro de la pared, Julian había amasado un pequeño tesoro de baratijas y objetos que podrían llegar a resultarle útiles: un tenedor, una pelota, un reloj. Incluso un ejemplar maltrecho de La tempestad que había sacado de la habitación de los guardias.
Julian solía pasar despierto parte de la noche, imaginándose todo tipo de fantasías atrevidas sobre su huida. Si se colocaba la pelota en el punto correcto de la axila, se podía cortar el flujo de sangre hacia el brazo y fingir que no tenía pulso. Era un viejo truco de mago, pero tenía una eficacia sorprendente y quizá lo llevara hasta la enfermería. El tenedor podía convertirse en un arma letal, sobre todo si aplastaba todos los dientes, salvo uno. Una vez libre, podía empeñar el reloj para obtener dinero, y así conseguiría comida y refugio.
Metió con cuidado el ibis en el hueco y colocó el ladrillo en su sitio. Tendría que actuar pronto, aunque, de momento, lo consultaría con la almohada.
—Ahí va eso —dijo Harlan poco antes, al lanzar un par de uniformes limpios a una celda cerrada.
Empujó el ruidoso carrito hasta la siguiente celda, recogió un uniforme doblado para Ryan y lo metió entre los barrotes.
—Vale, todos estamos de acuerdo en que tenemos que organizar una reunión —le dijo Ryan a Harlan en voz baja—. ¿Podemos usar tu celda en la hora de descanso de mañana?
—Claro.
—Y quería preguntarte otra cosa, sobre algo que dijiste el otro día. Sobre lo de sentirme diferente.
—¿Te ha pasado a ti también? Las coincidencias... Es decir, los patrones...
Antes de que Ryan pudiera contestar, se dio cuenta de que los observaba un chico delgado y de aspecto enfermizo, con un pelo tan claro que parecía blanco.
—¿Tú qué miras? —le ladró Ryan.
El chico miró a Ryan con una pasividad rayana en la tristeza y se fue sin decir nada.
—No es la primera vez que lo veo husmeando cerca de nosotros. ¿Quién es?
—Se llama Tom —respondió Harlan mientras regresaba al carrito para seguir su camino—. Antes estaba de nuestro lado. Juraba que jamás lo convertirían, pero lo hicieron. Se ha vuelto un poco...
¿Cómo expresarlo? Un poco
«evangelista».
Harlan miró a Ryan con expresión lúgubre y se fue a la siguiente celda, donde había un chico dormido.
«Tenemos que salir de aquí cuanto antes», pensó Ryan mientras tamborileaba en la pared, nervioso.
Mientras Harlan repartía uniformes, Jes se desvió hacia la despensa de camino a sus tareas. Se asomó a los estantes superiores en busca de la rejilla de la que había oído hablar a los guardias.
Como no encontraba ni rastro de ella, bajó, se agachó y apartó un par de cajas. Al meter la mano detrás, sus dedos rozaron algo metálico.
—Te tengo —dijo entre dientes al dejar al descubierto la rejilla de ventilación.
Jes tiró de ella, pero estaba bien atornillada. Por desgracia, solo conocía a una persona que tuviera un destornillador.
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Sin Lugar - Jon Robinson
Science FictionEn SIN LUGAR, liberarse es el fin y el principio de una aventura sin tregua. En medio de un bosque denso, se esconde SIN LUGAR, una prisión apartada donde han encerrado a cien adolescentes de todo el país. Todos ellos son criminales, aunque ninguno...