Capitulo 7

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Elsa Winchester llamó a la puerta de la sala de interrogatorios. Como nadie respondía, la abrió.

Una mancha de café había decolorado el escritorio y un trozo de suelo de hormigón. Apartó con el pie los fragmentos de la taza de porcelana rota y fue a por su fregona.

Había visto muchos intentos de fuga (incluso había intentado escaparse un par de veces), pero era la primera vez que oía de alguien que hubiera atacado de verdad a los carceleros. «Ojalá lo hubiese visto...».

Mientras barría los fragmentos de debajo del escritorio, Elsa vio algo en el suelo: una carpeta con tapas de cuero. «Se le habrá caído a la profesora».

La recogió y le dio vuelta. No era propio de la profesora dejarse algo olvidado.

Elsa abrió la carpeta y, al oír pisadas en el pasillo, se la metió debajo del uniforme gris justo cuando se abría la puerta.

—Ya va siendo hora de que acabes, Winchester. Devuelve esas cosas a la despensa y vete a tu celda.

—Sí, señor.

Elsa recogió el cubo y salió corriendo, con el guardia detrás.

Una vez a solas en la despensa, Elsa sacó la carpeta y la metió detrás de una caja de cartón. Fuera lo que fuese aquello, tendría que esperar hasta el día siguiente.

De vuelta a su celda, Elsa pasó junto a Julian, que permanecía tumbado en su colchón con las manos detrás de la cabeza.

«Parece que alguien está disfrutando de su escaqueo», pensó Elsa, y se preguntó qué habría hecho para obtener semejante privilegio.

—¿Por qué estás tan contento? —le preguntó.

—Estoy pensando —respondió él, frunciendo el ceño.

—Sí, bueno, pues que no te duela. Pareces muy satisfecho desde que cogieron a Alyn.

—Se llama Schadenfreude.

A Elsa le fastidiaba mucho que Julian usara palabras que ella no conocía. Las primeras veces le había preguntado por el significado, pero él siempre evitaba sus preguntas con un suspiro de cansancio y desánimo, y ponía los ojos en blanco como si, con trece años, Elsa fuese demasiado ignorante para comprenderlo.

—Quiere decir alegrarse por la desgracia ajena —añadió Julian, como si le leyera la mente.

—Por lo menos, Alyn hace algo. Yo me escaparía con él si pudiera.

—No podrías guardar un secreto ni aunque te fuera la vida en ello — respondió Julian, esbozando una sonrisa —. Se lo largarías a todo el mundo en dos minutos. Nadie querría llevarte a ninguna parte.

—Estás celoso porque nadie te cuenta secretos. Nadie se fía de ti.

Por un momento, a Elsa le pareció percibir que Julian estaba dolido, pero, de repente, el chico dio una patada en el aire, como si espantara a un perro.

—Vete, sal de mi vista.

Elsa dio media vuelta y se largó, pero, en cuanto estuvo fuera de su alcance, corrió de vuelta a su celda.

Una vez en la cama, utilizó el tirador de la cremallera del uniforme para hacer una marca en la pared de ladrillos. «Tres meses», pensó tras contar rápidamente la colección de raspaduras, y cerró los ojos.

—Mamá y papá no confían en mí —dijo Elsa tras cruzarse de brazos mientras el tren pasaba entre las filas de casas—. Si no, ¿por qué te envían a ti?

—Porque solo tienes trece años — respondió Simon—, y yo soy tu hermano mayor.

—Seguro que no eran así contigo.

Sin Lugar - Jon RobinsonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora