Capitulo 36

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—Alguien ha dado un chivatazo —dijo Ryan cuando el grupo se reunió en la celda de Harlan.

—Eso significa que Julian decía la verdad —comentó Jes.

—¿Julian? ¿Por qué iba Julian a advertirnos de nada?

—¿A quién le importa Julian? — repuso Elsa—. Os estoy contando lo que vi.

—No vamos a salir de aquí si ni siquiera podemos confiar los unos en los otros —dijo Harlan mientras palpaba el ibis que guardaba en el interior del abrigo—. Tenemos que irnos enseguida, todavía nos queda un as en la manga...

—Esta noche —lo interrumpió Jes.

—¿Esta noche? —repitió Elsa—. ¿Cómo vamos a intentarlo si los guardias nos vigilan constantemente?

—Corrección: los guardias me vigilan a mí —dijo Ryan—. Desconfían de mí y no tienen gente suficiente para vigilarnos a todos.

—A lo mejor podemos aprovechar las circunstancias —meditó Harlan—. Mientras todos están pendientes de ti...

—Nosotros huimos —lo interrumpió Jes—. Solo necesitamos entrar en el aula.

Se sacó los planos enrollados del uniforme y los demás la rodearon.

—Mirad, cuando estaba en el conducto de ventilación me di cuenta de que se dividía en dos —explicó Elsa—. Un tramo se dirige hacia la sala de los guardias, y el otro, hacia el despacho. ¿Sabéis lo que guardan en el despacho?

—Llaves —respondió Jes—. Elsa puede conseguir la llave del aula. Pero no podemos distraer a los guardias por segunda vez...

—Da igual —repuso Ryan, sacudiendo la cabeza—. Dejaremos que los guardias vayan. Me reuniré contigo en la despensa —añadió, dirigiéndose a Elsa—. Tú me das las llaves, y yo libero a todos los presos. Será un caos. Después vamos al aula, buscamos el túnel y escapamos.

—Espera un segundo —intervino Harlan—, ¿cómo vas a moverte por ahí sin que te vean?

—Ahí es donde entra en juego el ibis —respondió Ryan—. Si me topo con un guardia, le disparo. No se lo esperarán. Después me llevaré sus armas y le daré una a Elsa.

—Un solo movimiento en falso y fracasará todo el plan... —comentó Jes, vacilante.

—Estoy con Jes —dijo Elsa—. Si perdemos ese ibis no saldremos nunca de aquí. Y ¿qué pasa si salimos? El vigía de la torre nos verá...

—Y los guardias de la entrada — repuso Ryan, encogiéndose de hombros —. Pero entonces ya tendremos armas de sobra para enfrentarnos a ellos. Seguiremos el ejemplo de Alyn: correr y disparar.

El estómago de Jes parecía lleno de cristales. Llevaba un buen rato dando vueltas por la celda, mirando de vez en cuando por la ventana mientras imaginaba cómo sería estar al otro lado de la alambrada.

—Pareces nerviosa —comentó

Charlotte, su compañera de celda, que miraba la galería sin prestar atención.

—Estoy bien —respondió Jes, obligándose a sonreír.

Lo repasó todo mentalmente, se repitió en voz baja lo que tenía que hacer. «Correr y disparar —había dicho Ryan—. Correr y disparar». Así dicho, sonaba muy fácil. Demasiado fácil.

Se alegraba de no estar en el pellejo de Ryan. Todo dependía de que lograra llegar hasta Elsa y asegurarse de que la chica regresaba sana y salva con las llaves.

«En fin, tendrá el ibis y el factor sorpresa», pensó Jes, y se sintió mejor.

Intentó parecer más segura de sí misma cuando se abrieron las celdas para el descanso de la tarde. Mientras daba vueltas por el patio, ella sola, vio de lejos a los otros y les sonrió. Después entrecerró los ojos para protegerlos de los copos de nieve y levantó la vista hacia la torre de vigilancia.

Sin Lugar - Jon RobinsonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora