Capitulo 32

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Julian se metió el destornillador en el calcetín y miró a ambos lados antes de salir de su celda. Recorrió el pasillo, pero retrocedió al ver a dos guardias detrás de la esquina.

—Todavía no hemos oído nada — dijo una voz—. Susannah está presionando a Adler para que envíe a otro equipo al bosque. La idea de que uno de estos críos ande suelto es su peor pesadilla.

—¿De dónde cree que vamos a sacar hombres para eso? Andamos cortos de personal.

—Intenta decírselo a ella. No me gustaría quedarme atrapado ahí fuera con el lunático de Rayner.

Se oyeron pisadas, y Julian asomó la cabeza. «Así que es cierto —pensó—:

Alyn ha logrado escapar...».

—¿Sleave? ¿Qué haces ahí?

Julian volvió la vista atrás y se encontró con un guardia que lo miraba con suspicacia desde el otro extremo del pasillo.

—Nada.

—Pues vuelve a tu celda —gruñó el carcelero.

Mientras subía los escalones hacia las celdas de arriba, Julian vio a Jes sentada en su colchón con las piernas cruzadas.

—Por si te sirve de consuelo, una vez me dispararon, poco después de que me trajeran aquí. Intenté robar unas llaves del bolsillo de un guardia. Una estupidez, lo sé, pero estaba desesperado. Ya sabes lo que dicen de las personas desesperadas, ¿no? A quién pretendo engañar, seguro que tú lo sabes mejor que nadie.

Julian apoyó el peso del cuerpo en el otro pie, colocó uno de sus delgados antebrazos sobre los barrotes de hierro y la observó.

—Me ha llegado cierta información

—dijo—. Información que quizá te interese.

—Ya no me interesa nada de lo que me digas —respondió Jes en voz baja —. Quítate de mi vista.

—Antes de irme... —dijo Julian, y le lanzó el destornillador—. Me he acordado. Qué curioso...

Jes se quedó mirando la herramienta un par de segundos antes de taladrar a Julian con la mirada.

—Lo hiciste a propósito, ¿verdad? Querías que Ryan te atacara para que le dispararan.

—Me atribuyes mucho más mérito del que me merezco, Jes —respondió el chico, sonriendo, y se marchó de la celda antes de que ella tuviera la oportunidad de replicar.

***

—Pareces preocupado, Martin — comentó Susannah desde la puerta del despacho mientras se apartaba para dejarlo entrar.

Adler asintió con la cabeza y entró. Se dio unas cuantas palmadas en las mangas del abrigo para quitarles la humedad y después examinó el cuartito. Las paredes estaban cubiertas de apretadas hileras de libros y, al fondo, se veía un escritorio repleto de bobinas de proyección y latas vacías.

—Estaba preparando la clase de la semana que viene —dijo ella al ver lo que miraba el guardia.

—Puedo venir más tarde...

—No, siéntate —respondió ella, sacudiendo la cabeza mientras señalaba un desgastado sillón de cuero que estaba detrás de él.

Adler se sentó y se echó hacia delante, con los codos apoyados en las rodillas.

—Así que aquí es donde sucede la magia...

—¿Magia? No existe tal cosa — repuso Susannah tras cerrar la puerta y regresar al escritorio.

—A mí me parece magia.

—«Toda tecnología lo suficientemente avanzada es indistinguible de la magia» —respondió ella—. Arthur C. Clarke —añadió al captar su mirada.

—No he oído hablar de él.

Adler se quedó mirando a Susannah mientras esta se sentaba en su silla. Con la elegancia de una costurera, cogió un fotograma de película apenas mayor que un sello y lo unió a la bobina grande. La sostuvo contra la luz y admiró su trabajo.

—Has venido por él, ¿no? Por Hart. Ya te he dicho que no hay nada que pueda...

—Lo sé —la interrumpió Adler—, pero si no lo encontramos, esperaba que pudieras... —Dejó la frase en el aire antes de retomarla—. Que pudieras hablar bien de mí ante el Compromiso. Me gusta este trabajo, no quiero perderlo.

—Ya me imagino.

—He enviado a Claude a buscarlo.

Es mi mejor hombre, y es amigo mío desde hace mucho tiempo. Si el chico está ahí fuera, Claude lo encontrará.

Susannah enderezó otro fragmento de película y sostuvo un cúter entre los dedos, como si fuera un bolígrafo. Poco a poco, cortó un trocito y cogió otro fotograma.

—Seguro que el Compromiso lo comprenderá —respondió al fin—. No son como te piensas, no son malos. Todo esto es necesario para el bien común. Lo entiendes, ¿verdad?

Adler vaciló, mirando las bobinas.

—Pero no todo es por el bien común, ¿verdad?

Susannah dejó de cortar y levantó la mirada muy despacio para enfrentarse a la de Adler.

—Las cosas cambian para mejor, Martin.

Adler se rascó la nariz y se revolvió en el asiento.

—No dejan de decírmelo —dijo, y pensó en añadir algo más, pero se arrepintió.

—Sé cuál será tu siguiente pregunta —repuso Susannah—. Y la respuesta es no, para bien o para mal. —Dejó el cúter en la mesa sin hacer ruido—. Bien, ¿eso es todo?

Adler se puso de pie rápidamente.

—Me aseguraré de que encuentran al chico —afirmó—. Haré todo lo que sea necesario.

Se abalanzó sobre la puerta y la cerró al salir. Susannah hizo un último corte rápido en la bobina y se quedó escuchando las pisadas hasta que desaparecieron. 

Sin Lugar - Jon RobinsonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora