Capitulo 44

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El vigía de la torre dejó escapar un grito y cayó inconsciente sobre la barandilla de la torre.

La celebración de Ryan no duró mucho, ya que un camión dio un volantazo delante de ellos, y de él salieron cinco guardias.

—¡Soltad las armas! —ordenó el que estaba al frente mientras los hombres avanzaban a toda prisa.

—Estamos rodeados —dijo Harlan, que retrocedió para acercarse más a Ryan y a Jes.

Ryan levantó el ibis. Un disparo repentino acertó en el codo de Jes, de modo que su arma salió volando. «Dos contra cinco», pensó el chico mientras corría a refugiarse detrás de un cubo de plástico. Disparó y tuvo la suerte de darle a uno de los guardias, que cayó y resbaló por el hielo.

«Dos contra cuatro».

Otro guardia se agachó detrás de la puerta abierta del camión y se sacó la radio del bolsillo, pero Harlan se la quitó de un disparo.

—¡Jes! —gritó Ryan mientras recogía un arma y se la lanzaba.

Jes la cogió con ambas manos y se agachó para evitar otro disparo.

—¿Dónde están Julian y Elsa? — preguntó Harlan lo bastante alto para que Ryan lo oyera a pesar del ruido.

Como si lo hubiesen oído, los otros dos asomaron por la esquina opuesta del edificio y abrieron fuego.

—Me rindo —dijo el guardia que quedaba, poniéndose de rodillas—. Por favor, no...

Elsa le disparó en el pecho antes de que pudiera decir otra palabra.

—Os dejamos solos dos minutos y mira la que montáis —dijo Julian mientras se apoyaba en la pared para intentar recuperar el aliento.

Jes contempló el panorama de cuerpos inconscientes que salpicaban el patio.

—¿Cómo vamos a pasar por encima de la alambrada? —preguntó.

—La idea nunca ha sido pasar por encima de la alambrada —respondió Julian, que se acercó a uno de los guardias—. Lo que vamos a hacer es atravesarla.

Se subió al camión y los demás se apresuraron a seguirlo. Justo cuando Harlan cerraba la puerta, apareció otro grupo de guardias que empezó a disparar contra ellos. Julian metió la marcha atrás y perdió el control un segundo cuando las ruedas empezaron a patinar sobre el hielo.

—No sería mala idea que os abrocharais los cinturones —dijo mientras miraba a los demás por el retrovisor.

Harlan sacó el ibis por la ventanilla y se puso a disparar a lo loco.

Una vez que hubo conseguido la velocidad necesaria, Julian giró el volante. El camión aceleró y se estrelló contra la alambrada. Después patinó y se tambaleó de un lado a otro, de modo que los chicos acabaron dando tumbos en el interior.

Una parte de la alambrada se derrumbó poco a poco y aterrizó con un estrépito tremendo. Julian luchaba por controlar el volante y enderezar el camión de nuevo.

—¡Nos persiguen! —gritó Elsa, que vio a los guardias que quedaban meterse en un segundo camión.

—Bien.

—¿Bien? —preguntó Ryan, incrédulo.

—Es justo lo que quiero que hagan —respondió Julian, mirando de nuevo por el retrovisor.

—A no ser que tengas un plan que yo no conozca, Julian... —empezó a decir Ryan, agarrado al asiento.

—Siempre tengo un plan.

No tardaron en adentrarse entre los árboles. Las ramas golpeaban el parabrisas y dejaban el capó cubierto de nieve, mientras las agujas de pino daban tumbos por el cristal.

—No creo que esto sea buena idea, Julian —comentó Harlan mientras volvía la vista atrás.

—Si quieres salir y seguir andando, adelante.

Aquello bastó para callarlos a todos. Julian miró por el espejo y pisó con más ganas el acelerador. Las ruedas chirriaron y el motor rugió con un estruendo metálico.

—Vas demasiado deprisa —dijo Harlan mientras intentaba quitarle el volante—. Julian, vas a estrellarte...

—Esa es la idea. Cuando os diga que saltéis, saltad.

—¿Saltar? —preguntó Elsa, presa del pánico, mientras se volvía hacia los demás—. ¿Te has vuelto loco?

—No, pero vais a tener que salir de este camión si queréis seguir con vida. Listos...

Harlan intentó de nuevo arrebatarle el volante, pero Julian ya había elegido un árbol enorme que había un poco más adelante.

—Abrid las puertas —dijo.

—Julian, esto es...

—Listos... Preparaos para saltar... ¡Ya!

Julian fue el primero en saltar a la nieve, que amortiguó su caída. Rodó unos metros y al levantar la mirada vio que Harlan y Ryan saltaban del camión. Elsa fue la siguiente, seguida de Jes, que apenas logró escapar antes de que el vehículo se estrellara contra el árbol.

Julian se quedó inmóvil, ya que el golpe lo había dejado sin aliento. Parpadeó lentamente hasta abrir los ojos.

Ryan tosió, escupiendo nieve. La boca le sabía a sangre.

—¿Estáis todos bien?

Harlan se arrastró hasta un árbol para poder levantarse.

—Lo estaré dentro de un minuto — respondió mientras respiraba hondo y se agarraba el brazo—. ¿Dónde está Elsa? —preguntó, mirando a los demás.

—¡Aquí! —respondió ella con un grito débil.

Harlan levantó la mirada y vio un pie que asomaba entre la maleza.

El pecho de Ryan subía y bajaba con cada nube de aire helado que respiraba. Poco a poco consiguió rodar para tumbarse de lado y ponerse de rodillas. —Me he hecho daño en el tobillo — gruñó mientras se metía la mano en la bota—. No sé si voy a llegar muy lejos a pie.

Julian se levantó despacio, apoyándose en una rama.

—Tenemos que sobrepasar el fuego antes de que lleguen —dijo—. Vamos.

Jes se acercó a Ryan dando tumbos y lo ayudó a levantarse. Él se apoyó en ella, y los dos avanzaron a trompicones.

El grupo estaba a poca distancia cuando el camión estalló.

Las llamas doradas se contoneaban entre los restos y lamían la pira que ardía a fuego lento. El aire no tardó en oler a combustible y humo. Los miembros del grupo notaron el calor del fuego a sus espaldas.

—Creerán que estábamos dentro — dijo Julian entre resuellos antes de inclinarse y empezar a jadear y a toser —. Y el fuego derretirá la nieve.

—Y nuestras huellas —añadió

Harlan, mirando atrás mientras tosía con ganas y le lagrimeaban los ojos—. Eso nos concederá algo de tiempo.

Jes cayó de rodillas y tosió tanto que estuvo a punto de vomitar. La humareda se acercaba hasta ellos. Elsa se alejó rápidamente, con las mejillas cubiertas de lágrimas saladas.

—Lo hemos conseguido —dijo, casi sin aliento—. ¡Somos libres!

Rodeó con sus brazos a Ryan, que perdió el equilibrio, y los dos cayeron sobre la nieve entre risas.

Sin Lugar - Jon RobinsonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora