Capitulo 21

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Mientras Jes y Ryan estaban ocupados reclutando, Julian se paseaba tranquilamente por el patio de ejercicios. Un viento húmedo y helado le tiraba con fuerza del pelo.

Se paró a descansar junto a la alambrada y se quedó mirando el partido de fútbol al que jugaban unos cuantos chicos.

—Una notable pérdida de tiempo — masculló.

Meditaba sobre lo absurdo que le parecía aquel juego y el feroz

entusiasmo de los que lo jugaban. Puede que, de haberlo invitado a unirse a ellos, Julian lo hubiese disfrutado, pero eso no pasaría.

En aquel momento, la pelota voló hacia él y, antes de poder apartarse, le golpeó en la pierna. Julian hizo una mueca. El golpe de una pelota en las espinillas en un día frío era un recordatorio perturbador (y doloroso) de su época escolar. Casi siempre se lo hacían aposta.

—¡Eh! ¡Pásala! —le chilló alguien desde el campo.

Julian echó la pierna atrás y le dio

una patada a la pelota.

La pelota no se acercó ni de lejos a su objetivo. Un par de chicos se burlaron. «Es un juego absurdo», concluyó Julian, y se apresuró a acariciarse la pierna dolorida.

Después miró hacia donde había aterrizado la pelota y vio que había algo medio enterrado en la nieve: una reluciente astilla de metal negro.

Miró a los guardias, que estaban acurrucados junto a la puerta, y se agachó muy despacio.

—¿Un ibis? —dijo entre dientes mientras se precipitaba a apartar la nieve.

Una vez que estuvo seguro de que nadie lo observaba, se metió el arma en el abrigo y la ocultó bajo el brazo.

—¡Cuidado! —gritó alguien en el patio.

Julian levantó la vista y vio que la pelota volaba hacia él por segunda vez. En esta ocasión logró agacharse, pero le dio en la nuca. El chico se tambaleó sobre el hielo, intentando recuperar el equilibrio, pero perdió pie.

Por suerte, consiguió recuperar el ibis justo antes de que Adler, que tenía muy mala cara, se acercara a él.

—Sleave —le dijo—, me han

contado que dejaste impresionados a los otros en mi ausencia.

—Me... alegro —respondió el chico mientras se cerraba el abrigo e intentaba ponerse en pie.

—No tienes de qué alegrarte: no fue una buena impresión. Estás pálido. ¿Duermes bien?

Julian sacudió la cabeza, pero después se contradijo asintiendo y respondió:

—Duermo bien.

—Creo que no tuve la oportunidad de agradecerte el soplo —añadió Adler, acercándose un paso más.

—¿El soplo?

Adler asintió y sonrió.

«¿Qué pretende?», se preguntó Julian, que notaba que el ibis se le resbalaba por debajo del abrigo.

—De no haber puesto a otro hombre en el pasillo, podríamos haber tenido problemas.

Julian sonrió sin mucha energía.

Adler miró con suspicacia a los presos futbolistas y acercó los labios a la oreja de Julian.

—No habrás oído nada últimamente, ¿verdad, Sleave? —preguntó.

—No, nada de nada.

—Qué raro, porque recuerdo que Claude me dijo que tenías información para mí.

—Ah, ¿eso? Creía haber oído algo en la cafetería, rumores de una fuga, pero no era nada.

—Ya sabes que ocultar información no es buena idea —repuso Adler, acercándose—. Una palabra mía basta para que pierdas esos privilegios que tanto te ha costado ganar. Hasta ahora lo has tenido fácil. ¿Qué te parecería compartir celda con uno de esos idiotas de la planta de abajo? ¿O con Farrell? Porque podría hacerlo, Sleave. Con solo chascar los dedos —añadió, chascando los dedos, aunque los guantes amortiguaron el ruido.

—Si me entero de algo, será el primero en saberlo —le aseguró Julian, mientras el ibis se le resbalaba cada vez más por el abrigo—. No me... no me siento bien. Voy a entrar un rato.

El chico cruzó el patio nevado a toda prisa y, una vez fuera del alcance de Adler, volvió a meterse el ibis bajo el brazo.

«Esto se está poniendo cada vez más interesante», pensó.

—¿Ha habido suerte? —preguntó Jes cuando se le acercó Ryan.

El chico llevaba la capucha puesta y tenía las orejas rosas de frío.

—Parece que todo el mundo espera a que Alyn los libere —respondió él, sacudiendo la cabeza—. O eso, o no confían lo bastante en mí para decírmelo. ¿Y tú?

—¿Que si confío en ti? —preguntó Jes con guasa.

—Me refiero al reclutamiento.

—Bueno, no es que tengamos candidatos haciendo cola.

—Pues la verdad es que sí los tenéis —intervino Harlan, que los había estado escuchando—. Quiero participar, aunque lo que de verdad quiero, como vosotros, es largarme.

—¿Qué dices tú? —preguntó Ryan a

Jes.

—Podemos confiar en Harlan.

Todavía te dedicas a excavar, ¿no? ¿De verdad crees que encontrarás ese túnel?

—No sé si lo encontraremos, pero tenemos que llegar al otro lado de esa pared y ver lo que esconde. Hay un hueco.

—Como no tengas cuidado, te vas a meter en la celda de Julian. Si descubre que estamos planeando algo...

—No lo hará —respondió Harlan justo cuando sonaba el timbre—. Bueno, hablamos después —añadió antes de que los carceleros empezaran a conducirlos hasta el interior del edificio.

Sin Lugar - Jon RobinsonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora