Capitulo 34

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—Primer ministro —dijo James Felix —, me alegro de que pudiera acudir tan deprisa.

Le hizo un gesto al primer ministro para que se sentara y sirvió dos bebidas de una licorera de cristal.

Una vez sentado, el primer ministro se tapó los ojos y se los restregó con las palmas de las manos.

—Esto es justo lo que yo temía — dijo.

—No nos adelantemos a los acontecimientos —repuso Felix tras beber un trago de brandy—. Al fin y al cabo, no es más que un chico.

—Un chico, Felix. Un chico podría acabar con todo.

—Un chico con una historia bastante increíble. ¿De verdad teme que alguien se lo crea? Hay veces que ni yo mismo me lo creo...

El primer ministro se bebió su copa de un trago sin decir palabra.

—Está solo en el bosque, durante uno de los inviernos más duros de los que tenemos memoria —dijo Felix mientras rellenaba el vaso del primer ministro—. Me sorprendería que lo encontraran con vida.

—Así que al Compromiso no le importa mancharse las manos de sangre, ¿no?

—Por si lo ha olvidado, en nuestras manos está el destino del país. Los derramamientos de sangre son inevitables.

—Lo tomaré como un no — respondió el primer ministro antes de beberse un buen trago de brandy.

—Recuerdo que la última vez que hablamos me dijo lo afortunados que habíamos sido al evitar ciertos acontecimientos —repuso Felix, sonriendo—. Espero que no haya cambiado de idea tan pronto.

El primer ministro se pellizcó el puente de la nariz y se dejó caer en la silla, cansado.

—¿Dónde está el resto del

Compromiso? Antonia, Blythe... Incluso ese maníaco de Stephen... Me gustaría hablar con ellos... —No están aquí.

—Pues que vengan.

—¿Que vengan? ¿De verdad cree que no tenemos nada mejor que hacer que sentarnos en habitaciones a oscuras para acariciarnos las barbas?

—Si le soy sincero, no sé qué es lo que hacen, Felix. Sin embargo, sea lo que sea, quiero que pare. Quiero que detengan el proyecto. De inmediato. Quiero a esos chicos de vuelta en sus casas, con sus familias. Quiero... Quiero unas disculpas.

En cuanto las palabras salieron de la boca del primer ministro, un hombre alto de hombros anchos apareció detrás de él. Iba vestido con un traje gris oscuro y un chaquetón negro. Tenía el pelo oscuro y lo llevaba bien peinado con la raya en medio.

—¿Quién es usted?

—Este es Emmanuel —lo presentó Felix—. Mi asesor.

—¿Un asesor? En tal caso, me gustaría que asesorara a su colega sobre la conveniencia de detener el proyecto. De inmediato.

—No puedo hacerlo —respondió

Emmanuel con un tono de voz cortante.

—¿No puede o no quiere? ¿Se le ha olvidado quién soy?

—Eso es irrelevante. Esta situación no está bajo su control.

—¿Quién se cree que es? Felix, quiero que lo aparte de...

—Lo siento —lo interrumpió Felix —, pero, si no fuera por Emmanuel, gran parte del proyecto no sería posible.

—Así que tengo que culparlo a usted, ¿no es así? —preguntó el primer ministro a Emmanuel, antes de volverse hacia Felix—. Es usted un cobarde. Le asusta este... asesor.

Felix no consideró necesario responder a aquello. El único que no se sentía intimidado por Emmanuel era el chico, Stephen. Y Stephen era un psicópata.

—Es demasiado tarde para detenerlo —se limitó a decir Emmanuel —. El proyecto sigue adelante según lo planeado.

—Entonces no quiero seguir formando parte de esto —repuso el primer ministro—. Buenos días a ambos, caballeros.

Sin Lugar - Jon RobinsonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora