Capitulo 31

25 2 0
                                    

A las cuatro de la madrugada un ruido despertó a Harlan. El silencio de la prisión era agobiante. Se sacó la moneda del bolsillo y empezó a picar el cemento. Al cabo de una hora, había acumulado un pequeño montículo de polvo bajo el ladrillo y sobre los dedos. Dejó la moneda a un lado y sujetó el ladrillo con las puntas de los dedos.

«Se mueve», pensó, tirando de él de un lado a otro. El ladrillo empezó a bambolearse como un diente suelto.

«Un poquito más...».

Apoyó la rodilla en la pared y tiró. El ladrillo raspó el hueco hasta quedar medio fuera. Harlan cambió la posición de las manos y tiró de nuevo. Por fin salió el ladrillo.

Después de secarse el sudor de la frente en la manga del mono gris, se acercó más, pero estaba demasiado oscuro para ver nada. Harlan retrocedió y metió un brazo dentro. Al palpar el interior de la pared, notó que su mano pasaba por encima de algo: un fino cilindro de metal. «¿Una tubería?», pensó hasta que vio que se movía. Rodeó el objeto con los dedos y lo sacó poco a poco.

—Un ibis —dijo en voz alta, incapaz de creerse lo que tenía entre las manos.

¿Qué hacía un ibis en el interior de la pared que separaba su celda de la de Julian?

—Tengo que hablar con vosotros —dijo Harlan mientras luchaba contra el vendaval para llegar hasta Jes y Ryan durante su descanso de la mañana.

—Nos reunimos esta tarde en tu celda —respondió Ryan—, ¿no puedes esperar?

Harlan sacudió la cabeza, se aseguró de que nadie los observara y les enseñó el ibis que llevaba escondido en el abrigo.

—¿Es eso lo que creo que es? — preguntó Ryan.

—¡Un ibis! —exclamó Jes, a punto de retroceder al verlo—. ¿De dónde lo has sacado?

—Eso no importa, lo que importa es que lo tengo. Que lo tenemos.

—Según parece, nuestras perspectivas están mejorando. Si también tuviéramos ese destornillador... —dijo Jes.

—¿Un destornillador? —preguntó alguien detrás de ellos.

Harlan se apresuró a subirse la cremallera del abrigo y se volvió:

Julian, sonriente, se dirigía hacia ellos.

—Quizá pueda ayudaros con eso.

—Lárgate —le dijo Ryan—. No queremos tu ayuda.

—Vale —respondió Julian, mirando a Jes, mientras se encogía de hombros y se alejaba del grupo.

—Espera —le pidió Jes, que salió corriendo detrás de él—. ¿De verdad nos dejarás usarlo, Julian?

—Siempre que hagáis algo por mí a cambio: quiero saber dónde está ese túnel. Eso es lo que buscáis, ¿no? —¿Cómo lo sabes?

—Procuro mantenerme informado. No sois tan sutiles como pensáis.

—Tengo una idea mejor —intervino Ryan, que se había colocado al lado de Julian—: ¿Y si te apartas de mi vista? Y si alguna vez te pillo espiándonos, te...

—Vamos a hablar —le dijo Jes a Julian, interrumpiendo a Ryan—. No pasa nada, Ryan, déjanos solos.

—Como intentes algo, te prometo que te arrepentirás —le gruñó Ryan a Julian.

Ryan y Harlan se alejaron de Jes y Julian justo cuando una cortina de nieve empezaba a caer sobre la prisión. —Mira —dijo Jes—, si de vedad crees que puedes unirte a nosotros, Julian..., lo llevas claro. Es demasiado tarde.

—Me da igual formar parte o no de vuestro grupito, Jes. Lo que quiero saber es la ubicación de ese túnel...

Jes frunció el ceño y se cerró aún más el abrigo.

—No sabemos dónde está, pero vamos a encontrarlo. Hay unos planos en el despacho.

—¿Planos? ¿Cómo lo sabes?

—Porque procuro mantenerme informada —repitió Jes mientras se cruzaba de brazos—. ¿De parte de quién estás, Julian?

—De la mía. ¿Tanto te ha costado averiguarlo?

—No lo pones fácil. Tan pronto te dedicas a chivarte a los guardias como te ofreces a ayudarnos...

«Si los guardias están ocupados intentando capturaros, ni siquiera se fijarán en mí», pensó Julian.

—¿Qué puedo decir? —dijo en voz alta—. Soy una persona complicada. No pienso quedarme aquí mucho tiempo, así que quería despedirme.

—¿Por qué? —preguntó Jes mientras lo observaba atentamente para intentar descifrar sus intenciones—. ¿Por qué ahora?

—Porque soy inocente. Como tú y como todos los demás. Porque este no es mi sitio.

Se metió las manos en los bolsillos y se abrazó para protegerse del viento cortante.

—Si os vais, deberíais hacerlo pronto —añadió en voz baja—. Uno de los convertidos, Tom, os oyó hablar. Piensa contárselo a los guardias.

—¿Para qué, para sabotearnos? No sabes de lo que hablas, Julian.

—Ya ha organizado una reunión con Adler para esta tarde —repuso el chico sin inmutarse.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque estaba en el despacho cuando acordaron la reunión. Son las ventajas de mantener a tus enemigos más cerca que a tus amigos.

Empezó a alejarse, pero Jes lo llamó:

—¿No se te olvida algo? ¿El destornillador?

—¿Qué pasa con él?

—Me dijiste que nos lo darías. A cambio de información sobre el túnel.

—Información que todavía no tenéis. Me parece un trato injusto. Lo siento, Jes.

Jes se acercó a él y lo agarró por el abrigo.

—Serás manipulador, escuchimizado mentiroso de...

—Lo de escuchimizado me ofende —repuso Julian mientras observaba a Ryan correr hacia ellos desde la alambrada.

«Qué predecible», pensó, disfrutando en silencio de la paliza que los guardias le darían a Ryan antes de irse.

—¡Dámelo! —gritó Jes, que agarró a Julian y le arañó mientras él hacía lo que podía por quitársela de encima.

Martin Adler, seguido de otros dos carceleros, salió de la cárcel y corrió hacia ellos. Todo el patio los miraba.

Un ibis disparó al aire a modo de advertencia, pero ni Jes ni Julian ni Ryan le prestaron atención.

—¡Quítale las manos de encima, lameculos! —gritó Ryan mientras agarraba a Julian por el cuello.

Echó la otra mano hacia atrás y le pegó un puñetazo.

—¡Prisionero Farrell, apártate de inmediato!

Harlan intentó tirar de Ryan, pero el chico consiguió darle otro puñetazo a Julian y hacerle sangrar por la nariz.

—¡Ryan, para! —le suplicó Jes, intentando separarlos—. Deja de pegarle, que vienen los guardias...

Antes de que Ryan pudiera lanzar un tercer puñetazo, un ibis le acertó en la columna. Gritó de dolor y cayó de bruces con la cara torcida en una mueca. Se puso a estremecerse débilmente sobre la nieve.

Jes levantó las manos para rendirse, pero un ibis le dio en el pecho y la tiró de espaldas.

—Retrocede, Sleave —dijo Adler —. Nos llevamos a estos dos dentro.

Harlan se aseguró de tener el ibis bien escondido bajo el abrigo y se perdió entre el grupo que se había reunido para observar.

Los carceleros se acercaron a la pareja caída, Adler apuntó con su ibis a Ryan, que ya estaba inconsciente, y le disparó de nuevo. 

Sin Lugar - Jon RobinsonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora