Capitulo 20

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UN AÑO ANTES

—Bueno, ¿qué le parece? —preguntó

Felix.

La fábrica abandonada (la que pronto sería una prisión) les devolvía la mirada a través de los árboles. El primer ministro se estremeció, incapaz

de desprenderse de una vaga desesperación.

—Supongo que tendrá que servir.

Aunque me da escalofríos.

—Debería verlo cuando nieva. Es precioso.

«No creo que esto pueda ser precioso», pensó el primer ministro mientras escudriñaba la masa sucia de hormigón gris, pero decidió concederle a Felix el beneficio de la duda.

—Lo que no entiendo es por qué tienen que ser niños —dijo—. ¿No hay otro modo?

—Como ya le he explicado, el efecto parece mucho más potente con ellos. Puede que al crecer aprendamos a evitarlo. Y, por supuesto, es más fácil doblegarlos.

—¿Cuánto cree que tardarán? —Calculamos que bastarán un par de años para orientarlo todo en la dirección correcta.

—Y está convencido de que funcionará, ¿no? De que será capaz de restaurar cierto... orden. De que lograremos recuperar el control.

—Estoy segura —dijo alguien detrás de ellos.

Los dos se volvieron y se encontraron con una mujer de cuarenta y tantos años que se acercaba con la mano extendida.

—Primer ministro —dijo Felix—, me gustaría presentarle a Susannah Dion. Ella supervisará las instalaciones.

El primer ministro aceptó con cautela la mano de Susannah.

—Supongo que usted forma parte de este Compromiso, ¿no, señora Dion?

—No del todo. Soy psicóloga, entre otras cosas, aunque para los niños seré su profesora. Hace algunos años, llegó a oídos del señor Felix información sobre mi trabajo y decidió financiar mi investigación.

—¿Quiere decir que usted descubrió la...?

—¿La estrategia? Aunque me gustaría apropiarme el mérito, no es todo mío —dijo Susannah. Tras una pausa, añadió—: ¿Le preocupa algo, primer ministro?

—Siempre me he considerado un hombre racional, señora Dion. Esto es muy... nuevo para mí. Todavía intento comprenderlo todo. La logística de la situación.

—Le aseguro que, una vez esté en marcha el proyecto, se acabarán sus dudas. Sin embargo, mientras tanto, tengo algo que quizá lo tranquilice.

Susannah le entregó un fajo de papeles al primer ministro.

—¿Qué es?

—Son pruebas. Pruebas de que no estamos perdiendo el tiempo.

El primer ministro pasó las páginas

con el pulgar.

—Esto no significa nada para mí, no son más que páginas y páginas de cifras...

—Fíjese un poco más.

El primer ministro, aunque reacio, abrió el documento por una de las páginas centrales.

—¿Nota algo?

—Los números parecen ser aleatorios, hasta aquí —respondió, señalando una cadena en la que el número ocho se repetía treinta y dos veces seguidas.

—Maravilloso, ¿verdad? —repuso Susannah, sonriendo—. Tan emocionante como una novela y tan sublime como la poesía.

—Está claro que nuestros gustos en arte difieren bastante, señora Dion.

—Vuelva la hoja y mire la parte de abajo.

El primer ministro suspiró e hizo lo que le pedía. Esta vez, el número ocho se repetía varias líneas entre el amasijo de números al azar.

—Un generador de números aleatorios —explicó la psicóloga—. Que se ve afectado por medios extraordinarios. Es cierto lo que dicen: que los números son el último refugio de la magia.

El primer ministro le devolvió la carpeta.

—Lo que acaba de ver corresponde a un solo niño —siguió diciendo ella—. Imagínese lo que podría ver con cinco, diez, cincuenta..., con cien niños, que es un número significativo.

Antes de que el primer ministro pudiera responder, el ruido de un motor interrumpió el hilo de sus pensamientos. Miró más allá de la psicóloga y vio que un camión avanzaba por el irregular terreno y desaparecía detrás de los árboles.

—Son nuestros primeros residentes

—dijo Susannah—. Justo a tiempo. Si me disculpan un momento...

Felix y el primer ministro asintieron, y Susannah se introdujo entre los árboles, camino de las puertas de la prisión.

—Parece deseosa de iniciar el proceso.

—Como todos nosotros —repuso Felix—. Las cosas van a cambiar, primer ministro. Van a cambiar a mejor.

—Es lo que me dice siempre. Le tomo la palabra, Felix. Este último año ha sido complicado, por decirlo suavemente. —Entonces hizo una pausa y pareció sumirse en sus pensamientos

—. Dígame, ¿alguna vez le ha preocupado la idea de estar jugando a ser Dios?

Felix miró hacia el cielo cubierto de nubes.

—Alguien tiene que hacerlo — respondió mientras apartaba una rama.

—Este proyecto no tendrá algún otro beneficio oculto del que yo no sea consciente, ¿verdad?

—No sé si lo entiendo...

—Si el país está al borde del precipicio, habrá repercusiones para todos, incluidos ustedes.

—Nuestro objetivo es servir al país, primer ministro. Creía que ya lo había dejado claro.

El primer ministro se obligó a sonreír y empezó a alejarse, pero de repente se volvió hacia Felix y añadió:

—La noche que nos conocimos me dijo algo que no logro quitarme de la cabeza: que había alguien más involucrado en este Compromiso.

—Sí, mi asesor. Recuerdo que le conté que no le gustaba la publicidad.

—¿Ni siquiera ahora?

—Una sociedad secreta debe tener algún que otro secreto, ¿no? —repuso Felix, sonriendo.

A lo lejos, a través de los árboles, se oía a los prisioneros salir del camión. —Supongo que sí —reconoció el primer ministro.

Echó un último vistazo a la prisión y después se puso la capucha del impermeable para taparse los ojos, como si quisiera protegerse de la verdad que encerraba aquel acuerdo. Mientras avanzaba deprisa pisando las hojas caídas para llegar al helicóptero que lo esperaba, intentaba no prestar atención a los gritos y llantos de los chicos.

Sin Lugar - Jon RobinsonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora