Capitulo 38

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Julian no estaba seguro de qué lo había impulsado a mirar dentro de la pared aquella tarde, pero, en cuanto sus dedos tocaron el suave cilindro metálico del ibis, empezó a reírse como un histérico.

«Por supuesto —pensó mientras contemplaba la pared que separaba su celda de la de Harlan—. Seguro que él también ha estado excavando».

Julian intentó imaginarse la cara de Harlan cuando descubrió el ibis y la que pondría después, cuando fuera a buscarlo de nuevo y viera que no estaba.

Esta última sería mucho más satisfactoria.

—No sé qué te hace tanta gracia — masculló un guardia de aspecto cansado que pasaba junto a su celda.

—Esta vez no te perderé de vista — murmuró Julian entre dientes, y ocultó el ibis bajo su uniforme.

Durante el resto del día, Julian urdió (y desmanteló) varios movimientos con los que iniciar su huida. Meditó la posibilidad de convocar una reunión con los guardias con el pretexto de darles más información; pero llevaba un tiempo sin ver a Adler, y los otros guardias no confiaban tanto en él. Tal vez colocara el reloj robado junto a los barrotes de su

celda, a modo de cebo, y el desafortunado carcelero que se agachara para examinarlo acabaría recibiendo el impacto del ibis. El problema era que, si el guardia caía en el ángulo equivocado, Julian no podría alcanzar las llaves de la celda.

Al atardecer, ya estaba de los nervios. Cuando los guardias pasaron por delante de su celda en la ronda, Julian fue corriendo al lavabo y se provocó arcadas. Al final consiguió vomitar y se sintió muy aliviado.

—¿Sleave? —preguntó uno de los guardias, que apareció junto a los barrotes y se asomó al interior de la celda.

—Estoy bien —contestó Julian entre jadeos mientras se limpiaba una película de sudor de la frente—. Me habrá sentado mal algo.

El hombre lo miró con suspicacia y siguió su camino.

Se oyó un alboroto al final de la fila y, unos minutos después, uno de los guardias pasó corriendo por la pasarela con la radio en la mano.

—Winchester ha desaparecido otra vez —lo oyó explicar Julian por el aparato—. Se suponía que estaba limpiando.

«Elsa —pensó Julian—. ¿Qué estará tramando?».

Entonces recordó que los guardias se habían llevado a Ryan hacía unas horas y todo encajó: «Ellos también piensan escapar esta noche».

Elsa había regresado a la despensa y se disponía a meterse por la rejilla cuando oyó alboroto en el pasillo.

—Adler también ha desaparecido — dijo un guardia—. No responde a su transmisor. Envía a alguien a buscarlo.

Elsa sabía que era cuestión de tiempo que lo encontraran. Tenía que llegar al despacho y encontrar las llaves.

Estaba jadeando y resollando cuando divisó la rejilla al final del conducto. Mareada, los tornillos se le resistían, pero al final consiguió aflojar el que tenía más cerca.

No tardó en sacar tres de ellos. Le dolían las manos y tenía los dedos magullados; se le habían formado unos callos rojos en la piel, bajo los dedos, y tenía el pelo pegado a la frente. Elsa se lo apartó de la cara, se despejó el flequillo un par de veces a base de soplidos y se ocupó del último tornillo.

Al final, sacó la rejilla con ambas manos, la dejó a un lado y bajó al despacho.

En la pared había un armario con puertas de cristal en el que guardaban las llaves. Intentó abrirlo, pero estaba cerrado. Rodeó a toda prisa el escritorio, descolgó el extintor de la pared, lo levantó sobre su cabeza y cargó contra el armario. El cristal se cubrió de una telaraña cóncava. Alzó de nuevo el extintor y golpeó la puerta. Esta vez, el cristal se hizo añicos y cayó al suelo formando un montículo resplandeciente.

Elsa metió la mano dentro procurando no cortarse la muñeca con los cristales. Dentro había varios llaveros con diversas etiquetas:

DESPENSA, COCINA y CELDAS, pero ninguno del aula.

Julian estaba en su celda, ultimando sus planes, cuando una pelota de papel rodó por el suelo hasta sus barrotes.

Se acercó con cautela, la recogió y la abrió.

¿LO TIENES?

Julian se lo pensó un momento.

—Puede —respondió en voz alta, lo bastante para que lo oyera Harlan.

En pocos segundos apareció una segunda pelota de papel.

¡DEVUÉLVELO! NOS VAMOS ESTA NOCHE.

Julian hizo trizas el papel y lo tiró al retrete. Después se bajó la cremallera del uniforme gris y sacó el ibis. «Supongo que es tan buen momento como cualquier otro», pensó. Y, sin más, examinó su celda por última vez.

***

—Estés donde estés, Alyn, lo siento — murmuró Jes mientras miraba a través de los barrotes de su celda—. Quería que te sintieras orgulloso de mí.

Pero ¿orgulloso de qué? Volvían a la casilla de salida. Ryan estaba en las celdas del sótano de la prisión y Elsa había desaparecido, seguramente seguía en el conducto, si es que había llegado tan lejos. ¿Qué más podía salir mal? Al menos, Harlan aún tenía el ibis... —¡Jes!

Un grito procedente de unas celdas más abajo. La voz de Harlan.

Ella levantó la mirada y vio una pelota de papel caer al suelo del exterior de su celda y rodar un poco. Jes consiguió alcanzarla a través de los barrotes sin que la vieran y la abrió rápidamente.

JULIAN TIENE EL IBIS.

Justo cuando creía que las cosas no podían salir peor. Jes se dejó caer junto a los barrotes.

Sin Lugar - Jon RobinsonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora