Capitulo 46

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Cuando Ryan y Jes por fin encontraron un punto más estrecho para cruzar, unos veinte minutos después, no había ni rastro de los demás por ninguna parte.

En esos minutos había bajado aún más la temperatura, y Ryan empezó a preguntarse si lograrían sobrevivir al día siguiente.

Apartó una rama para que Jes pasara y subieron con pasos cansinos por una cuesta muy escarpada. Grandes costras de nieve en polvo le colgaban de los dobladillos de los pantalones mojados. Apenas sentía las piernas.

—Estoy preocupado por Elsa.

¿Cómo va a resistir esto?

—Es una luchadora —contestó Jes, y no dijo nada más sobre el tema.

—¿Cuándo me vas a contar lo que ha pasado ahí dentro, Jes?

—No sé de qué me hablas.

—En las celdas, después de que me liberaras. Sé que pasó algo, estás distinta.

—No sabes nada sobre mí, Ryan.

—¿Tiene algo que ver con Alyn?

¿Estás preocupada por él o...?

Jes negó con la cabeza.

—¿Es por el...?

—Déjalo ya, por favor —contestó ella, con los ojos llenos de lágrimas.

—No pienso dejarlo, Jes. Si no empiezas a hablar...

—¡Cállate ya! No es asunto tuyo, Ryan... No quiero hablar del tema.

Su voz rompió el silencio. Ryan la miró con los ojos entornados y se alejó a grandes zancadas, sacudiendo la cabeza.

En ese preciso instante oyeron un ruido procedente de los árboles: un arrastrar de pies y el crujido del suelo bajo unas botas. Ryan se detuvo y se volvió. Jes y él se miraron.

—Ahí hay alguien más —susurró Ryan.

—Yo también lo he oído. ¿Qué hacemos?

Ryan se volvió y miró hacia los árboles, pero no logró ver nada.

—Correr. A la de tres. Una, dos...

De repente se oyó un crujido breve y repentino, cuyo eco rebotó por el bosque.

—¿Qué ha sido eso? —preguntó Ryan entre dientes—. No me gusta cómo suena...

Jes lo miró desconcertada. Se había quedado pálida.

—¿Ryan? —murmuró.

Él se volvió justo cuando Jes se bajaba la cremallera del abrigo: el uniforme gris tenía una mancha de sangre que se extendía poco a poco por la tela.

—Jes, estás sangrando.

—Ryan, yo... —empezó a decir ella, pero cayó de rodillas, sujetándose el costado. La sangre le chorreaba entre los dedos.

—Tú lo mataste —dijo Rayner mientras apartaba de su camino una rama. Del cañón de su fusil salía una espiral de humo—. Era un buen hombre, uno de los mejores. Nos conocíamos desde niños, y tú lo mataste. Lo matasteis entre todos.

Ryan apuntó con su ibis a Rayner y apretó el gatillo, pero no ocurrió nada.

Rayner le enseñó un mando de plástico.

—Es un interruptor de emergencia —explicó—. Desactiva todas las armas que estén en un radio de cincuenta metros. Pero no todo tipo de armas, claro —añadió mientras le daba unos golpecitos al fusil con la mano enguantada.

Sin Lugar - Jon RobinsonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora