Capitulo 4

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DOS AÑOS ANTES

Aquella noche se puso a llover de repente justo cuando el primer ministro abandonaba el escenario. Con un ayudante a cada lado, bajó rápidamente los escalones.

—No ha ido demasiado bien — murmuró mientras la lluvia repiqueteaba sobre la tela del paraguas—. Vámonos de aquí.

En cuanto lograron escapar de los ansiosos periodistas, los belicosos micrófonos y el ruido de los obturadores de las cámaras, el primer ministro dobló por un oscuro callejón acordonado.

—Señor, se suponía que el coche lo recogería por allí, ¿no? —le preguntó uno de sus ayudantes.

—Cambio de planes —respondió el primer ministro—. Voy a ir con otra persona.

Se despidió de ellos con un gesto de la mano, se envolvió bien en el abrigo y se alejó a toda prisa bajo la lluvia.

El coche lo estaba esperando al final del callejón. Corrió hacia él y golpeó la ventanilla tintada con los nudillos.

—Lo siento, se ha alargado más de lo que esperaba —dijo en cuanto se abrió la puerta.

—Lo importante es que está aquí — respondió James Felix.

Felix era un hombre de cabello blanco de unos sesenta años y vestía un traje caro hecho a medida. Observó al primer ministro con semblante sombrío y ojos somnolientos.

El primer ministro se subió rápidamente al coche y se sacudió la lluvia del abrigo.

—Vamos al grano, ¿vale? ¿Por qué quería verme? —preguntó cuando arrancaba el coche.

Felix guardó silencio un momento. Movía los ojos sin parar, como si buscara las palabras adecuadas.

—Parece ser que se avecinan problemas. Para el país, me refiero.

El primer ministro arqueó una ceja y miró a través de las sinuosas gotas de lluvia de la ventanilla.

—Menuda sorpresa. El paro y la deuda están en máximos históricos. El índice de criminalidad sube como la espuma. El descontento, por decirlo suavemente, es palpable —dijo, y miró a Felix—. Podemos considerarnos afortunados si sacamos un solo voto en las próximas elecciones.

—Esto es un poco más serio que su carrera política.

—Sí, eso... supongo.

—Entonces, comprenderá por qué he tomado algunas precauciones.

—¿Qué clase de precauciones? — preguntó el primer ministro, desconcertado.

Felix no hizo caso de la pregunta.

—Creo que el país podría estar al borde de algo mucho peor de lo que se imagina. De algo catastrófico. Puede que incluso de la anarquía...

—¿Anarquía? —preguntó el primer ministro frunciendo el ceño, y volvió a repetirlo en voz baja—. ¿Cómo sabe todo eso?

—Tengo mis recursos.

—Señor Felix, le aseguro que me tomo todo esto muy en serio, pero no me creo ni por un instante que...

—En el plazo de un año habrá una marcha sobre el Parlamento.

—Estoy seguro de que la policía es más que capaz de enfrentarse a unos cuantos manifestantes, señor Felix...

—La policía se verá completamente sobrepasada. La marcha se convertirá en revuelta. La revuelta derivará inexorablemente en una masacre — aseguró Felix, mirando al primer ministro a los ojos—. Nunca se habrá visto nada igual. El país es una bomba de relojería con una mecha que lleva años ardiendo. No hay que ser muy listo para darse cuenta de ello.

—¿Y está seguro de todo eso?

—Soy un hombre ocupado, primer ministro, no perdería el tiempo con intuiciones y vagas sospechas. Solo resta saber cuándo.

El primer ministro palideció.

—El pueblo ve que las cosas empeoran —siguió diciendo Felix—. Que caemos en una espiral descendente, fuera de control. Y consideran que usted y su Gobierno son los responsables.

—Hay muchas cosas que no podemos controlar. No tenemos poder para hacerlo. Nadie lo tiene...

—Da la impresión de que ya se ha rendido, primer ministro.

—Dicen que el aleteo de una mariposa puede iniciar un huracán al otro lado del mundo. ¿Cómo sugiere que controlemos eso, señor Felix?

—Cortándole las alas a la mariposa.

—¿Controlando el caos? Empiezo a preguntarme si no se le habrá subido el dinero a la cabeza.

—Tenemos un par de ideas, primer ministro.

—¿Tenemos?

—Somos cuatro, las cuatro personas más ricas del mundo. Y una quinta persona que, digamos, no desea publicidad. Somos un club muy selecto.

—¿Qué es esto?

—Considérelo una promesa.

Podríamos llamarlo un compromiso, el compromiso de que recuperaremos el país. Conseguiremos que vuelva a ser lo que era.

Antes de que el primer ministro tuviera tiempo para digerir las palabras de Felix, el coche dobló una esquina y se detuvo junto a la acera.

—Creo que esta es su parada, primer ministro. Piense en lo que le he dicho.

El primer ministro escudriñó la casa de estilo georgiano que se adivinaba detrás de la lluvia.

—Quiero saber una cosa —dijo, volviéndose hacia Felix—. ¿Por qué ahora?

—Porque esto también nos afecta a nosotros —contestó Felix—. A todos nosotros. Y porque nos queda muy poco tiempo.

Sin Lugar - Jon RobinsonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora