Capitulo 19

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Después del interrogatorio, Jes se encontró con Ryan en el patio. El chico estaba jugando al fútbol con algunos de sus compañeros. El viento arreciaba y desperdigaba una ligera nevada por la cárcel.

Un chico escocés de dieciocho años, que había llegado allí solo dos semanas después de Jes, maniobraba para intentar hacer que la pelota esquivara los montones redondos de nieve dura.

—El aro —dijo, y señaló la canasta

de baloncesto que languidecía sobre la portería. Golpeó la pelota y se quedó mirándola volar por el aire—. ¡Dentro!

Uno de los chicos se rio cuando la pelota hizo canasta y dejó el aro temblando violentamente. Después, la pelota se dio contra un montículo de nieve y rebotó por el patio.

Ryan parecía impresionado.

—No sabía que fueras tan bueno.

—Ni yo.

Cuando se dio la vuelta, vio a Jes sentada en un banco, junto a la alambrada.

—Seguro que Alyn está bien, pasara lo que pasara —le dijo tras acercarse a ella arrastrando los pies—. No le des más vueltas.

—Es más fácil decirlo que hacerlo.

—Sé que cuesta, pero tienes que concentrarte, Jes. No quiero que pierdas tu determinación. Saldremos de aquí, de un modo u otro. No hay vuelta atrás.

¿Estás con nosotros?

—Sí.

—Bien —dijo Ryan, sonriendo. Después señaló con la cabeza a Elsa, que estaba cerca, escuchando, con la capucha del abrigo ondeando al viento —. Parece que al final conseguiremos reunir un equipo.

—Entonces, ¿qué pensáis? — preguntó Elsa, que se había acercado y, con aire distraído, le daba patadas a un trozo de nieve dura que había junto a la alambrada.

—¿Sobre qué?

—Sobre Alyn, claro.

Elsa le dio una patada a otro trozo de nieve y se quedó mirando cómo se pulverizaba al golpear el alambre.

—En este sitio nunca se sabe qué creer —dijo Ryan—. No saben abrir la boca sin mentir.

—Si existe alguna posibilidad de que haya escapado, por pequeña que sea, se lo contará a todo el mundo. Enviarán a la policía y nos liberarán en un segundo —comentó Elsa.

—Mientras tanto, no podemos quedarnos sin hacer nada —repuso Jes —. Queremos que te unas a nosotros.

—¿A vosotros? ¿Para qué?

—¿Tú qué crees?

—Ah —respondió Elsa con los ojos como platos.

Jes miró a su alrededor para asegurarse de que no los observaba nadie.

—Eres una de las pocas personas en las que confío, Elsa. Y sé que quieres salir de aquí tanto como nosotros.

—Ya me han amenazado con la celda de aislamiento. No sé qué haría si me metieran ahí...

—Crees que vamos a fracasar — dijo Jes, decepcionada.

—Es un riesgo. Una apuesta. ¿Qué te hace pensar que vamos a conseguirlo?

—El túnel —intervino Ryan.

Elsa se volvió hacia él con una expresión burlona.

—¿El túnel que quizá no exista y que podría estar en cualquier parte? — preguntó—. Llevamos meses buscándolo. Creo que hasta Harlan está a punto de rendirse.

—Me parece que la búsqueda podría haber terminado —dijo Ryan.

—No te sigo...

—Una de las razones por las que Harlan está escarbando ese túnel es para llegar al sistema de ventilación, porque vio una rejilla en la habitación de los guardias. Los guardias creían que buscabas una rejilla... en la despensa. Dos rejillas de ventilación. Creo que podemos aventurarnos a suponer que están conectadas, ¿no? Si uno de nosotros consiguiera meterse en la rejilla de la despensa, podríamos arrastrarnos por ella hasta la habitación de los guardias.

—¿Para qué?

—¿Sabes lo que tienen allí? Planos.

Los planos de la cárcel están en un armario, junto a la ventana —dijo Jes.

—¿Cómo lo sabes?

—Por Alyn. Los vio allí hace unos meses, mientras lo interrogaba Adler. Si encontramos los planos, encontraremos el túnel. Pero necesitamos a alguien más: alguien lo bastante pequeño como para arrastrarse por el conducto de ventilación —añadió sin rodeos.

Elsa se lo pensó y dijo:

—No lo sé, parece demasiado peligroso. ¿Es que no tenéis un plan

B...?

—Este es el plan B —respondió Ryan.

—No nos queda mucho tiempo, Elsa —insistió Jes, mirándola, suplicante.

Elsa, cansada, se volvió para mirar la prisión. Un copo de nieve le aterrizó en la nariz.

—Vale —respondió, y al instante notó que el corazón le daba un vuelco—. Contad conmigo.

El camión frenó junto a las puertas, entre los crujidos y chirridos de las ruedas sobre los montículos de hielo duro y resbaladizo.

El joven apostado en la garita levantó la ventana y se asomó, protegiéndose los ojos de la nevada. —¿Ha habido suerte con el fugado?

—No —respondió el conductor—, pero no se lo cuentes a nadie. Por lo que respecta a los demás, lo han trasladado. Lo que nos faltaba era darle ideas al resto de los presos.

El hombre de la garita asintió con la cabeza y abrió la puerta. Mientras el camión entraba, el conductor saludó con la mano al grupo de carceleros, liderado por Claude Rayner, que emprendía la caminata hacia el bosque.

«No me gustaría estar en el pellejo de ese chico», pensó, intentando no mirar a Rayner a los ojos.

Sin Lugar - Jon RobinsonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora