Capitulo 24

26 2 0
                                    

—Podéis sentaros —dijo la profesora, que observaba la entrada de los presos en el aula después del desayuno, a la mañana siguiente.

Una vez que estuvieron todos sentados, los obligó a afirmar su culpabilidad y se quedó mirando con ojos de acero las bocas que se movían y las miradas gachas.

—Bien —dijo cuando terminaron el recital—. Me alegra ver que hoy no tenemos problemas.

Estaba a punto de sentarse cuando se percató de que Ryan estaba sentado en la parte de atrás, con los brazos cruzados.

—Farrell —lo llamó—, ¿por qué no te sientas delante?

Ryan se levantó con cautela y caminó por el aula arrastrando los pies, consciente de que era el objetivo de todas las miradas.

—Seguro que ya conocéis al señor Farrell —anunció a la clase antes de volverse hacia Ryan y añadir—: El señor Farrell cree que es inocente, que no ha hecho nada malo. ¿Estáis de acuerdo?

—No —respondieron.

—He cambiado de opinión, señorita —intervino él—. Sé que me equivoqué. Sé que soy culpable. He aceptado todo eso...

Entonces se fijó en Jes, que pareció suspirar de alivio al oír su confesión.

—Mientes, Farrell. Me doy cuenta de que eres un elemento problemático —dijo la profesora—. Sé que no has cambiado un ápice.

—Se lo juro...

—Guardias, quiero que lo sienten en esa silla. Sujétenle una mano sobre la mesa.

Antes de que Ryan pudiera reaccionar, se encontró sentado en la silla, y uno de los hombres le había agarrado el brazo derecho y se lo sujetaba contra la mesa, con la palma hacia arriba.

—¿Qué hacen? —protestó el chico —. Suéltenme...

—Tú también puedes acercarte —le dijo la profesora a Jes.

Jes se levantó obedientemente y se dirigió a la mesa. Miraba al suelo, fingiendo el servilismo de otros presos.

—Estoy muy orgullosa de lo que ha conseguido la señorita Heather —dijo la profesora mientras le ponía una mano en el hombro—. Ha logrado superar muchas de las fantasías que la habían lastrado durante largo tiempo. Ha aprendido a aceptar. —Le hizo un gesto para que se sentara a la mesa, frente a Ryan—. Tal vez a ti se te dé mejor influir en Farrell.

—No creo que haga falta —murmuró Jes, observando a Ryan—. Creo que lo siente. Creo que quiere cambiar.

—Venga, no seas tan inocente — respondió la profesora mientras sacaba un fajo de papeles nuevos y relucientes de la mesa que había bajo la pantalla del proyector y los empujaba hacia Jes.

—¿Qué hago?

—Lo vas a ayudar a cambiar de idea. Pídele que diga que es inocente.

Jes miró a Ryan y le dijo:

—Di que eres inocente.

—Soy... Soy inocente —respondió el chico, desconcertado.

—Ahora, hazle un corte.

—¿Qué?

La profesora le quitó el papel a Jes y lo pasó rápidamente por los nudillos de Ryan.

El chico ahogó un grito e hizo una mueca. Una tenue línea roja le brotó de la piel.

—Es sorprendente lo deprisa que aprende la gente. Tú has aprendido deprisa. Basta con tener la profesora adecuada —explicó la profesora, y le devolvió el papel a Jes—. Ahora, sigue tú.

—No quiero hacerle daño.

La profesora la miró con suspicacia.

—Si no eres capaz de hacerlo, quizá me vea obligada a reconsiderar tus avances...

—Intento... Intento ser mejor persona —suplicó Jes—. ¿Cómo voy a ser mejor persona si le hago daño a alguien?

—Es tu última oportunidad. Pídele que diga que es inocente.

«Hazlo —le pidió Ryan en silencio —. Tienes que seguirle la corriente...».

—Si no lo haces tú, lo haré yo.

Ahora, pídele...

—Eres inocente —la interrumpió Jes, mirando a Ryan a los ojos—. Di que eres inocente.

—Soy inocente —respondió Ryan en voz baja.

Jes, temblando, cogió el papel y le cortó la mano.

«Lo siento», quería decirle la chica al verle hacer otra mueca.

—Bien —la felicitó la profesora, sonriente—. Sigue, te diré cuándo puedes parar.

—Di... Di que eres inocente —dijo Jes, casi susurrando.

Ryan respondió con voz entrecortada, y ella colocó el borde del papel sobre el sudoroso índice del chico y le cortó de nuevo.

—Soy inocente —repitió él.

Tras lo que les pareció una eternidad, la mano de Ryan estaba húmeda de sudor y cubierta de un laberinto de heridas abiertas que le picaban cada vez que el aire se movía.

—Ya vale —dijo la profesora.

Los guardias liberaron a Ryan y regresaron a su puesto junto a las puertas. Ryan se agarró la muñeca, volvió a su pupitre y se desplomó en el asiento.

—Gracias —le dijo la profesora a Jes—. Parece que tú tienes mucha más influencia sobre él que yo.

—De nada —respondió Jes con amargura.

El proyector ya había empezado a funcionar cuando regresó a su pupitre.

Se sentó sobre las manos para que no le temblaran y miró a Ryan, que estaba inclinado hacia delante, con una mano roja sobre la mesa.

Jes intentó apartar de la mente el castigo y alzó la vista hacia la pantalla justo a tiempo de captar el parpadeo de un fotograma empalmado.

«Ahí hay otro», pensó mientras intentaba desesperadamente distinguir la imagen. Con el rabillo del ojo vio que Julian tenía la cabeza ladeada. El chico le dijo algo moviendo los labios, en silencio, pero Jes se apresuró a apartar la mirada y se obligó a no volver a parpadear durante el resto de la película. La banda sonora distorsionada y la rígida narración le resbalaron completamente.

Al cabo de unos quince minutos, a Jes le ardían los ojos. Justo entonces apareció la imagen por última vez y todo le quedó claro: era un dibujo técnico de un dispositivo electrónico unido mediante un haz de cables a un temporizador digital y dos bloques de explosivos.

Una bomba. 

Sin Lugar - Jon RobinsonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora