Capítulo 5: Un Ken con buen trasero es mejor.

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Es increíble la manera en la que una persona pueda provocar tanto odio hacia ella misma, pero es más increíble el odio que esa persona puede acumular, que hasta puede llegar a ser ridículo.

Supongo que a estas alturas, mi odio hacia Mackenzie debe estar más que claro y aunque yo no entienda el porqué de sus maldades y bromas pesadas contra mí, ¿qué persona no odiaría al autor de sus malos ratos? Es algo lógico, digo, ni que fuera masoquista.

Por Dios, Sam, todos aquí sabemos que lo eres.

Por primera vez en mi vida creo que concuerdo con mi consciencia. Si no fuese una maldita masoquista, no me hubiese inscrito en el estúpido Club de Teatro para interpretar la estúpida obra, y ahora mismo no estuviese sufriendo un estúpido ataque de pánico escénico, ¡y al demonio el crédito extra por cumplir con las actividades extracurriculares!

En un par de minutos saldremos a escena para interpretar la obra y yo aquí, congelada frente al espejo de los vestidores contando Mississippis para tratar de conservar la calma.

—... Veintiún Mississippis, veintitrés Mississippis, veinticua... —mi voz se apagó de repente cuando escuché la puerta de entrada a los vestidores abrirse.

Estuve a punto de colapsar justamente si no hubiese escuchado aquella dulce voz que hizo eco en mi mente:

—¿Sam? —resonó la voz de Bradley en la sala que ahora yace silenciosa—. ¿Estás aquí? —su voz comenzaba a aproximarse cada vez más a donde me encontraba.

Cerré mis ojos con fuerza mientras tomaba respiraciones hondas. Inhalando y exhalando una y otra vez.

—Sam... —lo escuché detrás de mí—. ¿Qué haces aquí? En cinco minutos salimos a escena. ¿Qué haces? —hablaba con voz apacible.

Me di la vuelta lentamente, hasta ver su rostro preocupado al notar que parte del maquillaje de Julieta se había corrido a causa de lágrimas de estrés, solamente logró hacer que mi corazón se acelerara a una velocidad casi inhumana.

—No puedo hacerlo, hay demasiadas personas en el público. Es una locura —repliqué mordiendo mis labios para reprimir el sonido de mis sollozos.

Bradley me miró un par de segundos con el boceto de una pequeña sonrisa compasiva. —Nunca digas que no puedes hacerlo, a menos que no lo intentes, Sam... —comenzó a caminar en mi dirección, hasta que mi espalda chocase con el espejo detrás de mí. Podía sentir su cálido aliento chocar contra mi rostro, al cual sus manos se dirigieron, acariciando mi mejilla—. No tiene idea de cuándo detesto el ver a damiselas como usted llorar —apaciguó recibiendo una sonrisa de medio labio de mi parte luego de que él limpiara todo rastro de lágrimas que yacían en mi rostro, seguido de eso, se alejó un poco de mi rostro para contemplar mi reacción a lo que él diría a continuación—. Yo te protegeré de cualquier malevolencia que venga a dañarte.

Mi corazón se encogió en mi pecho. —Bradley... —repentinamente las lágrimas a causa del estrés, dejaron de surgir de mis ojos y no pude evitar aguantar el impulso de envolver mis brazos alrededor de su cuello, en un fuerte abrazo.

Al principio Bradley pareció sorprendido por mi repentina acción, sin mover un músculo, pero luego procedió a envolver sus brazos alrededor de mi cintura, atrayéndome más hacia él a la vez que respondía el abrazo.

—¡Bienvenidos sean, damas y caballeros! —resonó en la sala la voz de la señora Ravenscroft a través del micrófono desde el escenario seguido de aplausos por parte de la masa de personas presentes—. Hoy tendremos en placer de presenciar la obra del famoso escritor, William Shakespeare que junto al elenco de jóvenes estudiantes y, mi persona, preparamos —concluyó.

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