Capítulo 8: La remodelación.

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—Buenos días, dormilona —saludó Bryan al verme entrar a la cocina—. No te molestes en hacer el desayuno, yo hice un par de sándwiches —comentó mientras me servía uno de los emparedados, o intento de uno. No hay manera en el infierno que coma esa viscosidad; lo siento, pero ese semblante de amabilidad no es tan propio de él, aún durante los pocos días transcurridos después de nuestra «reconciliación». En fin, quizás le echó algún veneno mata-ratas, yo que sé—... y, oye, ¿no me estás escuchando? —se quedó contemplando mi rostro con severidad.

Oh, no... ¡Esto es malo, Sam! ¡Te descubrió mientras repudiabas su obra de arte tan regurgitable, pero de la que él tanto se enorgullecía! ¡Piensa algo!

—¡OH! —exclamé exageradamente—. Demonios, Bryan, hermanito... ¡Esto es exquisito! ¡Primoroso! ¡Precioso! —añadí con dramatismo, moviendo mis brazos frenéticamente con gestos exagerados, que luego tendí a llevar mis dedos índice y pulgar al dorso de mi nariz murmurando profanidades del otro mundo, fingiendo disfrutar el bocado de queso mal cocinado.

Bryan me dedicó una dura mirada de «¿Qué demonios?»

—¿De qué mierdas hablas? A menos que no hayas comido en unos diez años y estés desnutrida luego de llegar de una travesía en el desierto del Sahara, eso le sentará bien a tu quisquilloso paladar —asentí ignorando el hecho de que me haya llamado quisquillosa, mientras que hacía una mueca de asco, como la de un avestruz regurgitando un perro que se comió una cucaracha muerta para alimentar a sus crías—. Bien, te decía que mamá llega de su conferencia de trabajo en unos minutos.

Mis ojos se agrandaron en sorpresa y me dirigí al tacho de basura para terminar de regurgitar la maldita porquería con la que casi me ahogo.

—¡Eso es excelente! —escuché el sonido de la puerta principal abrirse—. Oh, ¿escuchas eso? ¡Debe ser ella!

Cuando ambos estuvimos por salir corriendo al lugar proveniente del sonido, nos topamos con mamá en el umbral de la cocina, quien al vernos soltó un grito de emoción y nos apretujó a los dos en un abrazo de saludo.

—¡Estoy tan emocionada de verlos, los extrañé tanto! —exclamó mamá mientras ponía su bolso sobre la mesa del comedor.

—Lo sé, nosotros igual —respondí al instante con una sonrisa—. ¿Qué hay? ¿Traes noticias? —se volteó a vernos a ambos con una mirada insinuante haciendo un pequeño baile de cejas. Mamá puede ser muy infantil si se lo propone, pero no es que nos moleste, ambos soltamos un par de risotadas.

—Oh, sí. El jefe me ha ascendido de cargo, por lo que se triplica mi paga como no lo imaginan. ¿Saben lo que eso significa? —Bryan y yo nos miramos emocionados con la epinefrina a mil corriendo por nuestras venas, expectantes a lo que dirá—. ¡He decidido remodelar la casa!

—¡SÍ! Espera... ¡¿QUÉ?! —gritamos mi hermano y yo al mismo tiempo sin decoro.

—Aguarden, aguarden, no es como lo están pensando; está todo planeado y ya hablé con su tía Grace para quedarnos en su casa durante las semanas de la remodelación —aclaró ella en tono apacible—. Nuestro hogar tomará desde ese entonces un concepto moderno.

—¿Piensas lo que yo? —me dirigí a Bryan con complicidad—. ¡No más aspecto ochentero! —exclamamos al unísono. ¿En qué momento Bryan comenzó a gritar como niña después de haber recibido su muñeca favorita, mientras sacudíamos nuestras manos frente al otro dando saltitos?

Mi hermano al darse cuenta de su afeminada acción, retomó su compostura y procedió a carraspear la garganta.

—Lo siento, fue la... digo, es... ya sabes —se argumentaba a sí mismo con una voz exagerada y fingidamente grave, como prueba de no haber perdido su hombría—. Es una estupenda noticia, Helen.

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