Los días pasaron tan rápidamente que la espera para llegar a la fecha del 31 de diciembre no fue muy larga. Al contrario, hacía parecer que en un pestañeo todos los momentos vividos se convertirían en un simple recuerdo del año anterior en cuestión de pocas horas. Así que en pocas horas vería a todos mis familiares. Y en pocas horas tendría que ir a uno de restaurantes del señor Jefferson con reservación especial para todos los Williams y los Steinfeld, y lugar donde también en pocas horas recibiríamos el nuevo año.
Me miré una vez más en el espejo para comprobar que todo estuviera bien y en orden: el vestido acampanado color pastel y las zapatillas —que sorpresivamente mamá compró hace un par de semanas para la fecha sin comentarme nada—, las lentillas de contacto y el ahora tan imprescindible e infaltable pintalabios rojo en perfecto estado.
Reí con semblante malicioso. Definitivamente usar el rojo pasión comenzaba a convertirse en un afán para mí. Un afán bastante siniestro, a decir verdad, cuando se trata de un aspirante a Romeo Montesco cerca de mí.
—¿Estás lista? —preguntó Bryan desde el marco de la puerta de mi habitación, luego de haberle dado un par de golpecitos.
Pensé en asentir inmediatamente a su interrogante, pero en alguna parte de mi cerebro yacía el presentimiento de que aún no estaba lista. Algo faltaba. Así que mi vista comenzó a pasearse incansablemente sobre mi tocador, hasta que mis ojos se toparon con el pequeño estuche aterciopelado que dentro tenía el dije que me obsequió Bradley el otro día, y no tardé en ponérmelo.
Y de la misma manera, tampoco tardé en subir al Porsche del señor Jefferson, que en poco tiempo se puso en marcha para ir a la cena.
—Cielos —musité cuando el vehículo paró frente a un edificio lujoso donde fachada yacía adornada por lucecillas navideñas—. Esto es...
—¿Alucinante? —me interrumpió Mackenzie a mi lado—. Lo sé, querida, mi padre además de ser propietario de una de las empresas más importantes de Los Ángeles, es dueño de los mejores restaurantes de toda California —dijo con aire de suficiencia antes de seguir taconeando sin parar hacia la entrada del restaurante.
¿De verdad tendré que vivir el resto de mis días con ella como hermana? Porque de ser cierto, creo que empezaré a armar mi sepulcro donde en la lápida diga «Yace aquí Samantha Williams, muerte a los dieciséis años por abstinencia a golpear personas».
Sacudí mi cabeza, alejando mis pensamientos suicidas y me adentré al restaurante con los demás.
Había personas vestidas de gala en donde mirase; algunas sentadas en las elegantes mesas, y otras, simplemente si no se encontraban bailando a un ritmo lento bajo el gran velador de araña que colgaba del techo, estaban de pie charlando animadamente. Entonces entró mi duda: ¿En dónde nos sentaríamos todos si el lugar estaba casi repleto?
—Andando, Sam —me dijo mamá al notar que yo estaba anonadada en mi sitio—. Nuestra reservación está en una zona especial.
Inmediatamente cuando sentí que pisaba tierra de nuevo, la seguí hasta que llegamos al sitio en el que nos sentamos. Era una mesa un poco aislada de las demás, desde donde se podía apreciar una hermosa vista de la piscina del restaurante a través de los grandes ventanales.
Devolví mi vista hacia el interior del lugar y, esta vez me topé con una nueva sorpresa: Bradley hablaba con un garzón cerca de la entrada, al parecer, pidiendo una reservación o algo por el estilo. ¡Bradley estaba aquí!
—Tengo que ir al baño —le susurré a mamá antes de levantarme.
—Cariño, la comida llegará dentro de poco —respondió luego de darle un sorbo a su copa de vino.
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El diario de una Nerd
Teen Fiction(HISTORIA COMPLETA) Samantha Williams no es nada más y nada menos que otra chica que recorre fantasmalmente los pasillos de West High. Aún en sus dieciséis tristes años de vida, nunca se interesó en un chico, ya que tenía su cabeza metida entre los...