Capítulo 3: Tú podrías ser (mi) Julieta.

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Estar sola en casa, tiene sus privilegios, ¿no? Como, silencio absoluto, una atmósfera de paz infinita... En fin, es agradable.

Estaba leyendo las últimas páginas del segundo libro de mi saga de vampiros favorita en el sofá, cuando escuché la puerta principal abrirse de golpe, sobresaltándome.

—¡Oh, Dios mío! —grité horrorizada al ver a mi hermano besándose ferozmente con una chica, que en la parte superior de su torso, solamente usaba sujetador.

Al escuchar mi grito, ambos se separaron, Bryan quedando paralizado mientras me miraban.

—Guapo, ¿ella se nos une? —curioseó la chica con voz coqueta.

—¿Puedes irte, por favor? —respondió Bryan mientras hacía un gesto de cansancio con su mano

—Pero... Digo, ¿tú y yo no íbamos a-

—¡Largo! —levantó la voz, interrumpiéndola.

—¡Eres un idiota! —gritó la chica enfurecida antes de salir azotando la puerta.

Bryan se sentó en el sofá frente al mío, pasando las manos por su rostro. —Lo siento, ¿sí? No sabía que estarías justamente... Aquí.

—¡No quiero disculpas! —cerré mi libro enojada—. ¡Mamá ha sido muy clara y estricta con respecto a traer chicas a la casa! ¡¿A caso no recuerdas?! —le reproché intentando que entrase en razón y que recordara todas las veces que mamá nos enseñaba y repetía las reglas de la casa. Era casi una ley hecha canción para nosotros.

—Lo sé, pero yo-

—Y pensar que hice tu tarea de matemáticas, pensando que habías salido por algo «importante», según tú... —bufé del enojo—. Soy una maldita ingenua.

—¡No se volverá a repetir! ¿De acuerdo? ¡Confía en mí! —se levantó de golpe del sillón—. Y no eres una maldita... ni tampoco una ingenua —agregó por lo bajo, pero lo ignoré.

—Eso ya lo he escuchado decenas de veces —reí sin gracia—. ¿Acaso no respetas que esta también es mi casa, y que también vivo aquí?

—Sam... —lo escuché mientras me alejaba por el pasillo hasta subir a mi habitación.

Al yo despertar la mañana siguiente, todo parecía molestarme. No sé si es por mis repentinos cambios de humor que han estado atacándome últimamente o es que odio a Bryan con todas sus letras, especialmente por no respetar mi presencia en la casa, como si fuese invisible.

—Buenos días, Sam —saludó Bryan al verme entrar en la cocina. Rodé los ojos, tomando unos choco-cereales de desayuno—. Oye, ¿los buenos días ya no están en tu vocabulario?

—Buenos días —respondí fríamente, casi chocante.

—Vaya, ¿qué te ocurre esta mañana?

—¿Que qué me ocurre? —reí sarcásticamente en respuesta—. Al parecer tú estás de muy buen humor. Anoche te fuiste con tus putas otra vez, ¿no? —escupí con veneno en mi voz.

—Wow, Sam, relájate, ¿sí? —simplemente recogí mis cosas, caminando hacia el auto para ir a la escuela, esto no iba a terminar muy bien sino.

Ir a la escuela en ese estado me ponía sencillamente peor; primeramente porque desahogaba mi enojo inconsciente e inevitablemente con personas que no merecían tal malquerencia.

—Bien, ya salimos de la maldita prisión de la clase de Historia —bromeó Lana a mi lado, pero no logré emitir risa alguna en respuesta—. Ahora, cuéntame —inquirió observándome con sus grandes y grises ojos entrecerrados en mí de manera divertida, mientras que caminábamos por el pasillo.

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