17.

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A la mañana siguiente de la fiesta, me desperté con un sentimiento de culpa que pesaba sobre mí. No debería, ya que ese día realmente era mi cumpleaños y ya lo estaba empezando con un malestar dentro del cuerpo, pero no podía hacer nada por evitarlo.

Lo que más rabia me daba era que Stiles era el causante de esa terrible sensación. La noche anterior habíamos discutido porque yo había sido tan cabezota como para enfadarme con él porque había descubierto que me gustaba Aiden. ¿Qué clase de persona se enfada con otra por algo así? Yo, por supuesto. Y es que él no había hecho nada malo, incluso me había organizado una fiesta sorpresa, pero mi terquedad había rebasado límites insospechados y, de alguna manera, acabé culpando a Stiles de algo que ni siquiera le afectaba.

¿Que por qué me daba rabia que fuera Stiles el causante de mi sentimiento de culpa? Fácil; porque unas semanas antes habría jurado que no teníamos nada en común, que él vivía su vida y yo, la mía. Solo compartíamos una falsa relación romántica, así que en principio no había ningún motivo para enfadarnos, ya que no éramos amigos. Resulta que debía estar equivocada, porque la opresión en el estómago apenas me había dejado pegar ojo, y ni siquiera parecía querer desaparecer hasta que hablara con Stiles.

Así pues, me tragué mi orgullo y le mandé un mensaje a Stiles preguntándole si podíamos hablar. La respuesta llegó en cuestión de minutos; decía que si quería pasarme por su casa o si prefería que él viniese a la mía. Iba a contestar, pero en el último momento se me ocurrió algo mejor.

Nos vemos en una hora en la librería que hay en la calle de enfrente del instituto.

No sé por qué lo hice ni estaba segura de que fuera una buena idea, pero ya daba igual. Tenía exactamente una hora para desayunar, arreglarme y llegar a la librería, así que me puse en marcha.

Me di tanta prisa que al final llegué antes de la hora. Lo primero que hice al entrar en la librería fue saludar a la señora Blake, la dueña de la tienda desde que yo tenía memoria. Y es que precisamente esa librería era mi sitio favorito del mundo -o al menos de Beacon Hills-, así que la había visitado tantas veces que me la conocía como la palma de mi mano.

Por una cuestión de costumbre, me dirigí a la zona de los niños pequeños, no sin antes escoger un libro al azar de la estantería más cercana. Lo que más me gustaba de esa librería era que al mismo tiempo hacía el papel de biblioteca.

La señora Blake había organizado un acogedor rincón para los más pequeños; mesitas de madera con sillas a su alrededor, todo colocado sobre una gran alfombra roja sobre la que también había varios cojines dispersos. A mano izquierda había una especie de gradas para sentarse a leer, y a la derecha estaba mi parte favorita.

Una casa de madera decorada con ventanas y cortinas, unas puertecitas que se abrían hacia dentro y dos cortos escalones de entrada se alzaba en la zona de lectura. Recé por que no hubiera nadie en el interior en ese momento, y cuando me asomé por una de las ventanitas, comprobé que había tenido suerte: estaba vacía. Con mi más genuina sonrisa, entré en la casa y empecé a leer.

No habían pasado ni cinco minutos cuando unos toques en la puerta me sobresaltaron.

—¿Se puede? —preguntó una voz. Sonreí al ver que era Stiles.

Le abrí la puerta y le hice espacio para que se sentara a mi lado. Stiles lo observó todo con detenimiento mientras yo inspeccionaba su rostro en busca de algún indicio de que estuviera enfadado conmigo. En principio, no había nada que lo demostrara.

—¿Cómo has sabido que estaba aquí? —inquirí cuando me di cuenta de que habíamos quedado en la librería, no en la casita de madera.

—He preguntado por ti y la mujer de la puerta me ha dicho que te buscara en la zona de niños. —Stiles sonrió, provocando una sonrisa en mi rostro—. Feliz cumpleaños, por cierto.

Do we have a deal? || StydiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora