Dante y Yo.

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La tarde me la pasé con Dante, fue algo satisfactorio.

Le dije a mi madre que pasaría la noche en su casa, sus padres accedieron a ello, son demasiado amables esos dos, es como si me tuvieran confianza de poder quedarme con Dante al menos, una noche. El verano pronto acabará, la verdad no sé muy bien, no tengo ganas de pensar en cuando acabará.

Nos quedamos en su cuarto, afuera comenzó a correr algo de aire, creo, que se avecina una tormenta. Me gustan las tormentas de verano, son, relajantes.

   —Ari, ¿Qué quieres hacer?-Dijo él.

  —No sé, no se me ocurre algo, tengo flojera, ya sabes.-Le respondí, él se acercó a mí.

   —Tú siempre tan reservado, ¿Qué pasa por esa mente?

  — Muchas cosas, tú eres una de ellas.-Le dije.

   —Ari...-Hizo una pausa.-¿Crees que algún día estemos separados?

  —No quiero pensar en ello.-Luego lo miré.-¿Y qué más harás el resto del verano?

   —Nada, creo.

  —¿Qué tal, si un día tu y yo nos vamos a casa de mi tía ofelia?

   —Que gran idea, siempre quise saber como es esa casa que te heredaron.-Se rió.

Seguimos platicando, los vidrios se fueron empañando poco a poco, y la lluvia caía en gotas, su madre nos habló para comer  algo, bajamos los dos, no sé, pero su madre es un amor de persona.

  —Mis amores, ¿Gustan un café caliente?-Nos dijo.

   —Claro mamá.-Dijo Dante.

  —Sí, gracias Soledad.-Le dije, y dí una de mis mejores sonrisas.

   Nos sirvió dos tazas de café, está demasiado rico, calientito, jajá. Luego nos sentamos en la sala, yo me senté y Dante se acostó en mis piernas. Su madre salió y parece que Sam no está, así que nos quedamos los dos solos, le comencé a acariciar su cabello, está suave, él me sonríe.

Él con sus manos me hizo cosquillas, y yo no quería retorcerme, pero era algo inevitable, tanto él como yo comenzamos a reír, nuestras risas son contagiosas.

   —Enserio qué esto me encanta.-Se rió Dante.

  Yo quería calmar la mía.

   —Es tan divertido, y más porque tu lo provocas.-Le dije.

  —Creo que comienzo a amarte más Mendoza.-Me miró.

   —Lo sé Quintana, no tienes que decirlo.-Él me dio un golpe en el estómago.

  —Deja la arrogancia de lado cabrón.

   —Exagerado.-Me levanté, y él también.-¿Por qué te alocas tanto?

   —Por qué tú me provocas.-Me lanzó una mirada matadora.

  —Eres inevitable.-Le sonreí.

Y no se necesitaron más palabras para hacer que los dos nos besáramos, en unos pocos segundos él juntó su boca con la mía, mientras que él me empieza a abrazar, y yo sigo jugueteando con su cabello, esto es algo que no lo cambio por nada, y lo besé, lo besé y lo seguí besando, mientras me correspondía.

Cuando terminamos, nos quedamos viendo de una manera rara, pero genial.

Jamás en mi vida pensé que terminaría besando el chico que me enseñó a nadar, el chico por el cual arriesgué mi vida, al que le dije: Yo no beso chicos. Y miren ahora, estoy jodidamente enamorado de este sujeto.

Mis padres tenían razón, que mierda, siempre la tienen.

Mientras yo tenga la posibilidad de seguir con él, no lo dejaré. 

Entonces, nos subimos a su habitación, nos acostamos en su cama, estuvimos ahí toda la tarde, no me quejo, simplemente nos abrazamos y terminamos hablando de las posibilidades del mundo, todo es tan raro, es tan inexplicable, todo es tan Ari y Dante.

Aristóteles y Dante descubren los secretos del universo (2da parte)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora