Un día cualquiera.

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Han pasado cuatro días desde que vi aquello, no es qué ya esté bien, esa noche ni siquiera me aparecí en casa de los Quintana para avisarles donde estaba, fui al otro día, pero no me sirvió de nada, fue algo así:

  —Ari, ¿Qué estás hacien...?-Interrumpí a Dante.

 —¿Están tus padres?-Le dije.

  —No, pero si quieres pasa.-Me dijo.

 —Gracias, ya me iba.-Me di la vuelta y no le dije nada, ni él me dijo algo.

Le conté a Gina de esto, cuando lo hice, ella no quedó satisfecha.

  —Ah, pero tú querías andar con tus cosas de chicos Ari, no es por mala onda, pero ese chico no es para ti.-Me dijo.

 —No lo sé, es que, no lo pensé de el.-Le dije.

  —Así pasa, pero tú tranquilo, vendrás cosas mejores.

 —No lo creo, yo, yo no sé si pueda aguantar esto, todavía siento feo verlo a él.

  —Ari, sé como te sientes, sé que no te importará mucho, pero así me sentía yo contigo, cuando estabas con Ileana con ese tal Dante cuando sentías algo por ellos, claro que la única diferencia fue que al menos con él ya tenías un antecedente.

 —Vamos Gina, yo no valgo la pena como para que te sientas así.

  —¿Y él si la vale?

 —Sí, al menos para mí, él era un maldito universo comparado conmigo qué sólo era una estrella apunto de morir.-Le dije.

 —Bien Ari, pues ahí tú.-Me sonrió y se fue, dejándome ahí sólo.

  Pensé en contárselo a mi madre, pero no, podría decirme cosas de consuelo, y lo qué no quiero causar es lástima. Pero no puedo, no me lo puedo quitar de mi mente, ayer tuve una maldita pesadilla que no me dejó cerrar el ojo toda la noche.

Estaba ahí, en el desierto con Dante, él no quería escucharme fue algo así como cuando la primera vez que nos besamos, y él comenzó a gritarme algunas verdades.

 —Vamos Aristóteles, ¿Tú y yo? No estarás hablando enserio, quien se fijaría en una persona que se siente miserable todo el tiempo, que es tan... tan tú, odio sonar insolente, pero eres un asco de persona, un idiota sin sentimientos.

Desperté de golpe, y todo sudado, pero bueno ya pasó, aún así eso no evitó que anduviera con los ojos de borrego a medio morir en las clases, ya no salgo a correr con tantas ganas como antes, algo está pasando y es que me estoy derrumbando.


Aristóteles y Dante descubren los secretos del universo (2da parte)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora