Narrador externo.
Isabella descansa, respirando suavemente, en la recámara que le han asignado a ella y a su esposo. Había conseguido dormir a pesar de la fiebre y la gripa, la cual le causaba un dolor fuerte de cabeza. Por otro lado, Arnold sentado en su lado de la cama, mastica su colación, sin importarle lo insípida que la comida es en el campamento; no puede rechazarla ya que es lo único que hay por ahí.
Suspira y se remueve en la cama. ¡El dolor! El dolor de su espalda y de sus piernas no desaparecía. Cada vez que pensaba en eso, su mente viajaba a aquellos tiempo donde él era joven, vigorozo y capaz de todo. Sin embargo, se veía ahora y solo comtemplaba a un anciano débil... La ley de la vida, lo proximo que le venía era la muerte.
¡Ja! La muerte... La había eludido tan seguido en el último mes y medio.
Contempla a su esposa dormir, deseando que su cara de tranquilidad la llevara siempre a partir de ese momento. Él y su esposa han pasado por demasiado. Nunca se planteó que, a su avanzada edad, experimentara aventuras dignas de un joven vigorozo pero había logrado salir adelante junto a su esposa, como cuando se casaron. Siempre juntos.
Bosteza y se rasca distraíadamente la barriga.
No falta mucho para salir de ahí, así se lo ha asegurado su hijo Gerald. Ya casi podía imaginarse estar de vuelta en su propia casa, junto a Isabella y sus plantas, disfrutando de la soledad a la cual ya ambos estaban acostumbrados. Claro que Gerald, su único hijo, no es un malagradecido que no quisiera visitarlos, al contrario, Gerald es un hijo merecedor de su orgullo. Es valiente, serio, concentrado y siempre se determinaba a concluir aquello que empezaba.
Gerald tenía una profesión que lo alejaba de ellos.
Isabella y Arnold desde un principio nunca estuvieron seguros acerca de la profesión de su hijo; en especial, Isabella; que como madre dedicada y amorosa no podía evitar preocuparse por su hijo. Ella considera a este trabajo como un suicidio, Gerald estaba expuesto a peligros constantes que no quería ni imaginarse, pero como todo padre, lo habían apoyado, pues veía cómo su hijo se desenvolvía perfectamente y percibían el gusto que Gerald encontraba en tal temerario trabajo.
Arnold termina su comida y escucha unos apurados pasos que suben las escaleras, acompañados de palabras pronunciadas rápidamente.
"¡Qué irrespetuosos!" Piensa y voltea a ver si su esposa ha despertado con tal bulla. Para su mala suerte, Isabella parpadeaba y se estiraba con el ceño fruncido.
Ve a través de la puerta (Elaborada completamente de vidrio), una sombra alta, ancha y oscura que gira el picaporte. La sombra pasa por la puerta y se transforma en Gerald, su hijo, cuya cara está bañada en sudor y cuyos ojos están desmesuradamente abiertos. Arnold baja las piernas de la cama y siente un dolor agudo en su pecho, se lleva la mano hasta allí tratando de controlar su rostro para que su hijo no note su malestar. Aquellos dolores habían comenzado desde el día del secuestro.
Arnold estaba a punto de preguntarle, algo molesto, a su hijo el por qué de tal abrupta interrupción pero se contiene al ver que Gerald lleva el uniforme de combate, como él lo llamaba. Ese uniforme nunca trae nada bueno, siempre que su hijo lo usa, desaparece por meses en alguna de sus misiones.
El dolor de su pecho aumenta.
- Papá.. - Pronuncia el hombre acercándose a la cama donde ambos ancianos descansan - Alístate padre, debemos salir.
- ¿Qué pasa Gerald?
- Mamá... Mamá... - Susurra mientras agita suavemente a Isabella quien aún está somnolienta.
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Entre besos & disparos
RomanceEn algún oculto rincón de Rusia estaba ella, rodeada de otras siete almas que al igual que la protagonista esperaban anhelantes que los encontraran, aunque aquello parecía improbable. Tanto de día como de noche, había oscuridad y el frío los tortura...