Capitulo 42: Guerrera gloriosa

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La puerta del cuarto de baño se abre y del interior escapa el vapor en forma de nubes. E irrumpiendo el vapor, salgo yo envuelta en toallas gruesas y suaves. Las yemas de mis dedos están como pasas, arrugadas por estar mucho tiempo bajo el chorro delicioso de agua caliente.

Suspiro y sonrío con ganas. Nada mejor que una ducha de dos horas. Había empleado esas dos horas en probar todos los geles de baños, los jabones, acondicionadores y shampoo que había encontrado dentro de la ducha. Cada parte de mi cuerpo tiene un olor diferente, mis brazos huelen a fresas, mi cabello a jazmín y en otras partes a manzanilla.

Soy una perfumería andante.

Me encamino al cuarto, dejando un rastro mojado tras de mí. El armario funcionaba también como espejo por lo que peinarme frente a él era sencillo. Primero me seco mi cuerpo y me enfundo en ropa interior de color rosa. Mi cabello estaba suave y con un olor rico, como hace mucho tiempo no estaba. El neceser lo tenía abierto y desparramado sobre la cama y en el encuentro un cepillo de cabello con cerdas finas y suaves.

Mi cabello me da pelea para poder peinarlo y sacar los nudos, al final, salgo victoriosa de la pelea, arrancándome unos cuantos cabellos.

¡Cómo extraño mi celular! Estaba acostumbrada a bañarme y a cambiarme de ropa escuchando a Bruno Mars, o cantando junto a Michael Jackson. Pero era claro que no encontraría música en ese lugar.

Busco en los percheros y en los cajones del armario por algo cómodo para usar. Ignoro los vestidos de corte recto que cuelgan dentro, empujo al fondo del armario a las faldas de tonos oscuros y opto por un jean azul claro con una sudadera negra simple y con unos zapatos cerrados y cómodos.

Cierro el armario y el espejo aparece. Veo volver a la Luisa antigua, la de sudaderas grandes y cabellos mojados, lista para ir a dormir a la universidad. Me río, y me puse a dar vueltas frente al espejo repentinamente feliz. ¿Por qué lo estoy? Hay varias razones por la que estar feliz: Las vacaciones de Max, quizás era el baño que me relajó, puede que sea el hecho de que mi pesadilla había terminado o tal vez era la ropa con la que me vestí que hacía sentirme normal.

Fuera cual fuera la razón, estaba feliz.

También había aretes, collares y pulseras ordenadas en uno de los cajones del armario. Al verlas alzo las cejas sorprendida, no esperaba encontrar eso. La única alhaja que usaba era mi anillo de gatito.

Las ganas de dormir, al igual que mi cansancio, se fueron y sin nada que hacer salgo del "bloque" con la tarjeta en la mano hacia los pasillos. Fuera hace más frío que en mi cuarto y qué oportuna es mi sudadera en esos momentos. No se escucha nada y parece que nadie más que yo estaba andando por la casa.

Guardo la tarjeta en el bolsillo posterior de mi pantalón e inicio mi caminata por la casa. Coloco mis manos atrás, como buena niña y camino mirando de un lado a otro.

¡Vaya que la casa es grande! Mis pisadas generan eco en todos los pasillos por lo que ya no está tan silencioso el lugar. Los pisos de las plantas altas son de roble pulido y brillante con tiras delgadas que forman un solo diseño constante en todo el pasillo. Paso por varias puertas con numeración diferente, supuse que serían las habitaciones de las demás personas que fueron parte del campamento de Max. ¿Estarían los agentes aquí también? No, no puede ser, Max me había dicho que había un área diferente para ellos.

Tras caminar por minutos y de explorar despachos vacíos, logro dar con el ascensor. Estuve a punto de llamarlo pero una duda me detiene a unos centímetros del botón. ¿Cuál es el código de mi piso? Brenda me lo había dicho... ¿Cuál era? ¿3238?... No, eso no... ¡Ah! ¡3278! Sí, ése mismo.

El descenso es ligero y rápido. Llego a la planta baja, de nuevo al recibidor del piso de ajedrez. No hay nadie. ¿Ni una asesora? Me parece raro.

Entre besos & disparosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora