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Ares

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Ares

Anoche llegó tarde a su casa y su madre lo regañó por no avisarles pero todo ese discurso se quedó de lado. Estaba eufórico. Esa noche la señora Marga y él habían cantado feliz cumpleaños a esa chica tan especial. Ashley se merecía esa celebración. Lo mejor fue ver su cara de confusión cuando su abuela le entregaba esa caja que decía que era para la vecina. En ella había una bufanda hecha a mano igual que las manoplas que fueron a continuación. Ares disfrutó de esa escena entre nieta y abuela, ese abrazo lleno de palabras no dichas. Parecía que el malestar que ambas llevaban a sus espaldas se había esfumado por momentos y Ares quiso pensar que incluso hoy aun no había vuelto.

Pasó la hoja despacio sintiendo ese tacto rasposo que era común en sus libros. Normalmente leía, siempre que tuviera tiempo, libros de autores de décadas pasadas. Ahora mismo se fundía en las letras de un libro llamado "El caballero de las botas azules" de una autora poco conocida, Rosalía de Castro. Cruzó sus piernas y siguió leyendo ignorando todo a su alrededor. Sentado en un banco del parque se dejaba calentar por los ligeros rayos de sol. Los minutos pasaron despacio y su tranquilidad se rompió cuando su móvil sonó. Era Santi.

—Dime Santi —rezongó estirándose.

—Ven a casa de Ashley, ya —dijo tajante y cortó la llamada.

Se paralizó. ¿Habría sucedido algo? Cerró el libro inmediatamente sin haber marcado la página y salió corriendo. El aire frío golpeaba su rostro y destemplaba su cuerpo. No se detuvo. Cuando vio la última calle que le llevaría a la casa de la chica frunció el ceño y fue disminuyendo su carrera. ¿Que hacía Santiago en casa de su amiga? Sacudió la cabeza maldiciendo y avanzó. Su móvil tembló en su bolsillo y no perdió tiempo en revisarlo. Era un mensaje de su mejor amigo de nuevo.

"Ve al hospital central. La señora Marga no esta bien. Luego te llamo"

El aire se atoró en su pecho, por un momento creyó que algo le había sucedido a Ashley... Mordió su labio sin saber que hacer y revisando sus contactos llamó a su tio que vivía cerca de donde se encontraba. El hombre, alegrado por escucharlo, pasó a la seriedad y responsabilidad poniéndose en marcha para ir a recoger a su sobrino y llevarlo lo antes posible al hospital.

No podía estar tranquilo. ¡No sabía nada de lo que sucedía! Ayer todo mejoraba para esa chica y hoy todo se desmoronaba. ¿Por qué? ¿Por qué a ella? A la chica más inocente con el corazón más grande y puro pero dañado, guardando cicatrices del pasado y del presente. Pero dicen que todo pasa por una sencilla razón y Ares esperaba que esta fuera buena.

—Ares —él vio a su tio de reojo— relájate. Tienes que ser fuerte y mostrar todo tu apoyo por ella —apretó su rodilla soltando una mano del volante permitiéndose ver a su sobrino unos instantes— Ella va a necesitar en quien sostenerse.

El chico sonrió suavemente. Su tío tenía esa capacidad de leerle desde bien pequeño, sabía como se sentía con solo mirarlo y esta vez tras contarle un poco lo sucedido lo volvió a hacer.

LimerenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora