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Ares

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Ares

Acababa de probar el fruto más dulce y se sentía en las nubes. Ese cosquilleo en sus labios no se marchaba, había sido arriesgado todo aquello pero demasiado intenso. Suspiró. Ashley seguía con sus dedos en sus dos labios sonrosados con sus mejillas del mismo color. Lucía tierna y perdida. Eso le hizo sonreír. Era el primero en mostrarle esas cosas y aunque no siendo un verdadero experto con ella se sentía siempre así. 

Esa chica de cabello irregular hacía que sus cualidades, aquellas no tomadas muy en cuenta, salieran a la luz. Le hacía sentirse como un buen chico, no era el aplicado o el deportista, era solo Ares siendo Ares. Ella le hacía sentir y vibrar como nunca.

El silencio se apoderó de la sala aunque los murmullos de la televisión estaban ahí, solo que su mente no. Necesitaba tomar aire y esa oportunidad se le presentó. El teléfono de su serendipia comenzó a vibrar y ella volviendo al mundo lo tomó torpemente.

—Hola papá... —escuchó y nada más porque con un gesto le dijo que se iba fuera.

Apresurado comenzó a teclear a su mejor amigo. Necesitaba charlar, saber que lo que acababa de hacer no había sido estupido ni estaba fuera de lugar. La llamada entró y cuando Santi le respondió ya estaba bajo el mismo árbol donde le condensó todo lo de Clara.

—Aquí Santi —sonrió por ese estúpido saludo.

—¿Qué tal? —preguntó escuchando un murmullo tras la voz de su amigo.

—Todo bien, ¿y tu? Me llamas a una hora extraña.

—¿Cómo está tu mamá? —añadió empezando a pensar que no era buena idea haberle llamado.

Silencio. Igual Santi le había colgado.

—¿Estas de broma? —rió— Suelta prenda Dios Griego —atajó más serio— Dime que... estate quieta —escuchó más murmullos y frunció el ceño.

—¿Que me quede quieta? —sonrió de lado extrañado.

—¡Lo siento, joder! —escuchó movimiento tras el aparato, como un crujir de una hoja seca— Ya podemos hablar.

Y se lo contó todo con detalles. Lanzaba preguntas nervioso mientras su amigo se las respondía con calma y paciencia. Después de hablar por un rato y Santi dejarle claro que no se preocupara y ambos se dejaran llevar colgó. 

Dejarse llevar. Tenía que dejar que todo fluyera.

Sin hacer ruido entró y para su sorpresa ella seguía al teléfono así que se lavó los dientes y aseó. 

 

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LimerenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora