XIX

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El dolor de cabeza era insoportable y el ardor en mi pecho se extendía por todo mi cuerpo

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El dolor de cabeza era insoportable y el ardor en mi pecho se extendía por todo mi cuerpo.

Abro los ojos de a poco, esperando que haya una luz cegadora, pero solo veo penumbra. Estoy mareado y cada sonido retumba en mi cabeza. Distingo un par de sombras en la oscuridad, lo que podrían ser tanto muebles como fantasmas. No lo sé, lo sabría si la cabeza no me diera tantas vueltas.

Escucho un líquido que gotea incesablemente contra el suelo, pero estoy seguro de que lo escucho mucho más alto de lo que en realidad es por culpa del dolor punzante detrás de mis ojos. Cuando los abro por completo, veo que estoy en una especie de sótano, completamente oscuro y frío. A mis costados hay estantes vacíos y rotos. Y de reojo llego a percibir una que otra rata. Sin contar el polvo que cubre todo el lugar. Todo está tenuemente iluminado por la rendija de una puerta que está detrás mío.

De a poco los recuerdos de lo ocurrido llegan a mí mente, haciendo que el dolor de cabeza aumente. Azazel. Mi abuela.

Intento levantarme de la silla y es recién en ese momento en el que me doy cuenta de que estoy atado. Intento gritar y algo me lo impide, debe de ser cinta. Me revuelvo con más énfasis, pero parece que estuviera cosido a la maldita silla.

Escucho como la puerta detrás mío se abre pero no escucho los pasos de nadie. Lo que me recuerda que los demonios no producen sonido al caminar. Ahogo un grito, no porque quiera sino porque la cinta me impide gritar.

—Es increíble como un poco de cuerda y cinta puede detener a un humano, una raza tan inteligente. Cuán débiles e insignificantes son. —Azazel aparece en mi campo de visión, lleva el traje blanco de antes, con la rosa roja en el bolsillo de la chaqueta.

Acerca su mano, con sus repugnantes uñas larguísimas, a mi boca como queriendo quitar la cinta que me impide gritarle todo tipo de insultos.

—No te preocupes de gritar por ayuda, e insonorizado la habitación con magia. —Me sonríe, dejando ver sus perfectos dientes blancos.

Hunde sus garras en mi mejillas y yo intento no llorar del dolor. Sus garras no eran normales, era imposible que algo así pudiera hacerme doler tanto. Arranca de un tirón la cinta.

—¡Auch! —Mi boca arde y probablemente tenga el labio partido. Aunque ese es el menor de mis problemas— ¿Dónde está mi abuela?

Es lo primero que digo y es lo primero que quiero saber. Confío en que Logan y Lydia hayan podido escapar sanos y salvos con la daga.

—Qué considerado de tu parte preguntar primero por la anciana. —Me sonríe en un intento de sonrisa dulce y comprensiva, pero sólo le sale una mueca horrenda. Es un demonio, no está hecho para esto de consolar—. Debo decir que me sorprende que no preguntaras por tu noviecita y mi hijo.

—¿Dónde está mi abuela? —Vuelvo a repetir la pregunta.

Quizás no tenía que tratarlo con tanto desdén, pero no me salía hablarle bien y con respeto. Sé que si me quisiera muerto ya me hubiera matado.

Se me queda mirando unos momentos que se me hacen eternos. La sonrisa diabólica nunca desaparece de su cara.

—La anciana creo que está desmayada en el cementerio. —Camina hacia uno de los estantes, sin embargo no puedo ver que hay en él—. O muerta. No me he fijado.

—No vas a matarme, ¿verdad? —Sonrío desafiante.

Entre todas las ideas estúpidas que alguna vez tomé, se encuentra la de desafiar a un demonio. Azazel deja de buscar lo que sea que esté buscando, se queda quieto, como si se estuviera conteniendo de no arrancarme la garganta con sus garras.

—¿Qué te hace decir eso? —Distingo una pizca de furia en su voz.

—Ya me hubieras matado si quisieras. Algo te detiene. Yo no soy poderoso ni tengo magia como Logan —Me sentía raro diciendo esto último, como si ya hubiera aceptado que Logan es un brujo, hijo de un demonio—, me podrías aplastar fácilmente.

Se da la vuelta con una sonrisa en su cara, con sus ojos amarillos cargados de burla.

—Podría matarte fácilmente, en eso tienes toda la razón. —Se me acerca con un cuchillo completamente negro en las manos, era la primera vez que veía un cuchillo así—. Tampoco tienes magia, ni eres poderoso. Eres un insecto a mí parecer. Pero no te subestimes, tu cabeza tiene mucho valor en el Infierno. Aunque me resulte difícil de creer, hay algunos demonios que les interesas. Eres especial, Bennett.

Por primera vez me quedo sin palabras. ¿Hay una recompensa por mi cabeza?
Más importante, ¿soy especial?

—¿Qué quieres decir con especial? —Desafortunadamente para mí, me tembló la voz. Y eso parece avivar la sonrisa de Azazel.

—No eres un médium normal, ni tampoco eres completamente humano. Al principio pensábamos que era por tu descendencia, pero no es sólo eso... —Se queda pensativo, como si hubiera reflexionado acerca de mi existencia durante mucho tiempo—. Tienes a todo el Infierno desconcertado. Ni el propio Lucifer sabe qué eres.

Siento la sangre abandonar mi cara, la perplejidad se apodera de mí. Esto es algo que no me esperaba para nada. ¿Lucifer? Es decir, ¿el real? ¿Sabe que existo? ¿Él existe? El dolor de cabeza parece haber vuelto en su máxima potencia, o nunca se fue.

—No te preocupes por tus amigos —Se dirige a mis espaldas con el cuchillo aún en su mano—, te llevaré con la jefa y ya no podrás usar la daga contra mí. ¡Todos ganamos!

Sorprendentemente, corta las cuerdas que me atan a la silla. Intento pararme y huir (aunque sea inútil) pero siento las piernas flojas, a penas y puedo levantarme de la silla. Azazel me toma del cuello de la camisa y me levanta. Automáticamente siento que me caigo, pero el agarre del demonio me lo impide.

—Me tomé la libertad de aplicarte un hechizo de inmovilización, pero parece que ya está fallando. —La expresión pensativa vuelve a aparecer en su rostro—. Por alguna razón la magia no funciona en ti.

Me mira con odio, como si yo tuviera la culpa de ser inmune a la magia o algo así. Como si tuviera la culpa de que su estúpido hechizo no haya funcionado.

Aún no terminaba de comprender toda la situación. ¿Por qué alguien tan importante y ocupado como Lucifer podría estar interesado en mí? ¿Y por qué soy inmune a la magia?

—¿La jefa? —Recordé lo que me dijo, es como si tuviera las reacciones tardías— ¿Tú tienes una jefa?

Casi río pero ya estaba en desventaja, no quería que Azazel perdiera el control sobre su furia y decidiera acabar con mi vida en un parpadeo.

Azazel parece haber notado mis intenciones de reírme.

—Será mejor que le hables con más respeto a la jefa. —Me empuja por unas escaleras que descienden hacia la oscuridad misma—. Ella no será tan simpática como yo. No dudará en matarte ante la primera burla.

Al bajar los primeros escalones, el frío me envuelve, y en ese momento recuerdo donde estoy.

Nos encontramos en las escaleras del sótano de la universidad, las que descienden directamente al Infierno.

Dylan.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora