Capítulo 31. -Inevitable verdad

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Cuando eres joven se supone que tu vida debería de estar rodeada de alcohol, fiestas, amores falsos, amistades hipócritas; se supone que debes ser alguien cuyo mayor problema sea sacarse buenas notas en el instituto. Pero a veces la vida no es lo que se supone que debería, a veces terminas siendo aplastada por la realidad, y la realidad puede llegar a ser toda una perra maldita.

El destino está marcado para todos, y cuando decide hacer de las suyas puedes terminar siendo muy feliz... o muy herida. A mí me tocó la segunda de las opciones. Mientras la mayoría de las chicas de mi edad estarían pensando en qué universidad estudiar o a cuál de sus ligues escoger como novio, yo debía estar sentada en un hospital con un doctor pasando una molesta luz por mis ojos, una y otra vez.

—Por décima vez doctor, estoy bien. No fui herida más allá del brazo—suspiré. Ya estaba mareada de tantas cosas que me habían realizado para probar un punto que yo misma llevaba diciendo hacia horas atrás.

—Lo siento señorita Baxter, debo hacer las pruebas pertinentes por orden de sus padres y también por orden misma de mi trabajo—puse los ojos en blanco. No tenía idea de cuantas veces lo había escuchado decir eso ya. Eran las dos de la mañana y aquel hospital no podía estar más lleno, era casi imposible la cantidad de personas que se movilizaban de un lugar a otro con tanta rapidez.

—¿Hay alguien allí afuera esperando por mí?—me sentía muy incómoda y sumamente cansada. Después de que todos los policías, incluyendo a KJ, cayeran en cuenta de que habían perdido a su criminal, bueno fue bastante peculiar la escena que montaron. La ambulancia me condujo hasta el hospital debido a la falta de material para realizarme la sutura en el brazo. Debo decir que no fue tan doloroso como pensé que sería al ver la aguja en las manos del doctor, pero después de todo no sentí más que pequeños rasguños. Tal vez se debía a la sustancia que me habían inyectado minutos antes.

—Tus padres, pero uno de ellos salió corriendo de aquí cuando un par de policías le llamaron—no quería ni pensar en el desastre que se avecinaba. Más noticias en los periódicos locales, más reporteros pidiendo encontrarse conmigo, más personas aparentando estar preocupadas por mí. Era todo muy frustrante.

Luego de que el doctor me diese unas tabletas acompañadas de algunas indicaciones que ni siquiera escuché, salí del consultorio con una terrible sensación de vacío. Cuando levanté la mirada me fijé en el sujeto pelinegro que se encontraba corriendo hacía mí, preocupado.

—¿Estás bien?—dijo mientras tomaba todo mi cuerpo y lo estrechaba fuertemente contra el suyo. Aquello se sentía tan... real. Por más que quisiese apartarme, no podía. Y de la nada, me hallaba haciendo lo mismo que él. Con ambas manos apreté su cuerpo desde su espalda, poniendo todas mis preocupaciones sobre sus hombros.

Cuando caí en cuenta ya era demasiado tarde para detenerme. Mis ojos estaban dejando salir todo lo que llevaba sintiendo a través de pequeñas gotas de agua salada. Estaba llorando encima del pecho de aquel sujeto del cual apenas conocía su nombre, pero sentía miles de conexiones posibles por imaginar. Lo sentía mi padre. Incluso cuando no sabía que se sentía el tener a uno.

—Todo está bien cariño, te prometo que todo estará bien a partir de ahora—por más que quisiera creer esas palabras, tenía una gran marca en el brazo que demostraba que las cosas no estaban bien.

—Quiero ir a... casa—soltar esa palabra como si nada me hizo sentir bien. Me hizo sentir bien con algo de lo que llevaba quejándome por días. Ser una completa desconocida. Al menos eso era para mí misma, una persona que no se conocía a sí misma, una persona llena de dudas que no podía resolver por sí sola. Pero ahora, ahora sentía que no estaba sola. No realmente.

—Vamos—dijo él, llevándome de la mano como si de una niña pequeña se tratase. Era imposible explicar la gran conexión que sentía ahora mismo con este hombre, pero después de todo, era mi padre.

PRETTY FACE ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora