Capítulo III.

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Ha transcurrido una semana desde que me reencontré con Nathan, sin lugar a dudas ha cambiado mi rutina, pues desde entonces nos vemos al salir de nuestros respectivos trabajos diariamente, aunque el sale a las 8:30 p.m. de la galería de arte, y yo a las 9:00 p.m. del despacho de auditoría, Nathan me ha esperado cada día en la entrada del edificio donde trabajo. No voy a negar que me apena un poco que lo haga, puesto que ya no somos dos niños que se esperan en la esquina de la cuadra para ir a la escuela juntos, pero también debo admitir que dentro de mí me emociona que lo haga, he estado lejos de mi familia por algunos años y tener a alguien que espere por ti da una sensación de cariño y cobijo que no sabía que añoraba.

Además de vernos por las noches y conversar de camino a nuestras casas, durante el día nos enviamos mensajes de texto al celular, bueno en realidad fue él quien lo comenzó yo solo respondo a lo que el rubio me envía, descubrí que enviarme mensajes cuando esta aburrido se ha vuelto casi un pasatiempo para él, aunque a veces no puedo contestarle porque solo lo hago cuando no estoy siendo observado por el señor Aldridge, cosa que antes era poco común en el, lleva unos días pasando la mayor parte de su tiempo en la oficina, sé que es su trabajo y debería ser normal que estuviera ahí, pero conociéndolo como yo –o todos en la oficina– sabes que eso no es algo normal en el.

Mi jefe, el señor Derek Aldridge es un hombre con el típico perfil de Playboy, lo que es una verdadera molestia, físicamente comprendo que las mujeres lo vean como todo un galán irresistible ya que su altura de casi 1.80 cm y espalda ancha lo hace tener una apariencia muy varonil, a pesar de verse que cuida su imagen haciendo ejercicio por la musculatura de su cuerpo, esta no es exagerada, de hecho sus fuertes brazos y largas piernas lucen muy bien en los costosos trajes que usa y es obvio que él lo sabe, ya que el verdadero problema es esa retorcida personalidad que tiene, no entiendo como todos caen en su juego, como dije es muy molesto. Con una sola sonrisa de comercial para ropa interior masculina siempre obtiene lo que quiere, y ni hablar del gesto que hace con la mano al retirar algún mechón de cabello que se sale de su sitio en esa perfecta y sedosa cabellera de color café tan oscuro que tiene, no hay nadie en la oficina ni hombre ni mujer que le pueda decir que no a ese par de ojos castaños tan sensuales, bueno casi todos porque yo en la medida que mi puesto de trabajo me lo permite, no desaprovecho la oportunidad para negarle sus caprichos. Se ve que es hijo único, un niño caprichoso acostumbrado a tener todo lo que quiere al chasquear los dedos, en el cuerpo de un exitoso y atractivo hombre.

En fin, el señor Aldridge ha estado últimamente mucho tiempo en la oficina y eso me inquieta un poco, yo trabajo en un escritorio que se encuentra a unos seis metros del suyo en la misma oficina, puesto que la suya es absurdamente grande y yo como soy su asistente, se supone que trabajar de esa manera no debe ser un inconveniente sino lo contrario, ya que lo tengo cerca si necesito que firme la autorización de ciertos documentos, pero en las semanas que he estado trabajando con el Playboy él nunca estaba o iba de entrada por salida y yo lo tenía que perseguir con documentos en mano para que él los firmara. Esto cambio de repente, yo ya me había acostumbrado a tener esa inmensa oficina solo para mi aunque se sintiera muy vacía, pero ahora lo veo sentado detrás de gran su escritorio de madera importada, aunque intento trabajar de manera normal ignorando que se encuentra ahí, el maldito castaño tiene mucha presencia –digna de su gran ego– y no puedo evitar levantar la mirada hacia su dirección para muchas veces encontrármelo viéndome detenidamente, sin lugar a dudas el puede tener una mirada muy intimidante cuando se lo propone y su expresión cuando esta serio viéndome desde su escritorio no es nada placentera, de hecho es muy incomodo.

Así ha pasado esta última semana, tratando de ignorar a mi jefe y viéndome con Nathan durante las noches, el contraste de la tensión durante las horas de trabajo con cierto castaño observándome y las divertidas charlas con un rubio de claros ojos azules es tremendo, por ello sinceramente estos días esperaba con ansias la hora de salida del trabajo, mirando constantemente el reloj de la pared de la oficina, esperando ver pronto a mi alegre y ocurrente amigo, y es que sus historias sobre lo que le ocurría en el trabajo eran de lo más divertidas, nada me animaba más que ver su deslumbrante sonrisa mientras me contaba como había ido su día o su mirada llena de asombro cuando yo le hablaba de las cosas que había hecho en el trabajo como si de los secretos mayor guardados del universo se tratara.

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