1.

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    Solté mi cabello, alborotándolo a la vez. Sentí las gotas de sudor recorrer mi cuello. Sólo quería ducharme y después, dormir cien años.

    —¿Ya? —preguntó, posándose a mi lado.

    —Sí —carraspeé y me llevé una mano al cuello.

    Él asintió. Sonrió.

    Tomé la gastada bolsa deportiva y me puse de pie. Até de nuevo mi mojado cabello con la goma y lo seguí hasta la salida.

    —Irás a ducharte primero, ¿cierto? —preguntó, encendiendo el auto.

    Quise rodar los ojos por la obvia respuesta.

    —Quiero ir a comer apestando a sudor, si te parece —respondí en un tono demasiado natural para mi gusto.

    Pero él captó, para mi suerte.

    Soltó una risa floja, mostrándome sus dientes.

    —Volveré a las dos —afirmó, aparcando momentáneamente al lado derecho de la calle.

    —Está bien —acepté, y me volví hacia el enorme edificio que se erguía frente a mí.

    Lo primero que hice fue entrar a la regadera y darme una merecida ducha. Tallé con fuerza cada centímetro de mi piel, y, al salir, me envolví en una bata.

    Cuando estuve completamente aseada, vestida y arreglada, bebí una taza de café..., y luego otras dos.

    Tuve ganas de dormir, pero permanecí sentada en el sofá hasta que el reloj analógico marcó las dos de la tarde. Minutos después, tocaron a la puerta.

    —¿Lista? —preguntó mientras me dedicó una sonrisa.

    Simplemente asentí, cerrando la puerta tras de mí.

    —No lo puedo creer —susurró de la nada y haciendo un mohín.

    Fruncí el ceño, evidentemente confundida.

    —¿Qué no puedes creer? —inquirí.

    —No puedo creer que sigas aquí —soltó en un tono soñador.

    Sentí ganas de darle una bofetada para que dejase de decir tantas estupideces. Me resistí, sin embargo.

    —Deja de bajar tu autoestima y vayamos a comer, ¿quieres? —sonreí, intentando hacerlo olvidar lo que dijo.

    Accedió con un gesto de cabeza y comencé a caminar, pero tiró de mi mano izquierda antes de que pudiera dar un paso más.

    Me volví a mirarlo. Su mirada derritió todo mi ser.

    —Te quiero, Milla —susurró, enredando su mano con la mía.

    —Te quiero, Gerard.

Mine | Gerard WayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora