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    —¿Por qué?

    —No sé si te das cuenta de que todo el maldito tiempo preguntas eso. Últimamente pareces una idiota..., más idiota. ¿Qué te sucede?

    Ni yo misma lo sabía.

    —Déjame en paz.

    Se acercó por detrás.

    —Por favor, sólo compórtate, ¿quieres? No quiero que se confirme lo que ya todos saben. Vuelvo más tarde.

    Me apretó el hombro en un gesto amable y se marchó, dejándome con la cabeza hecha una mierda y los moratones punzándome todo el cuerpo.

    Las tomé, pero sólo permanecieron en mis manos. Sólo pensé en todo, y a la vez, nada. Sólo quise pasarlas con un poco de agua y descansar realmente después de muchos años.

    Escuché unos pasos acercándose y tallé toscamente mis ojos. Guardé el frasco detrás de mí.

    —Necesito ayuda, mamá —susurró temerosa, mostrándome los apuntes de las clases.

    Supongo que el gesto la tomó por sorpresa, pero no dijo nada, se limitó a abrazarme también.

    —Gracias.

    Alejó lentamente su cabeza, lo suficiente para que yo pudiese verla, y frunció el ceño.

    No pensé en Gerard esta vez. Sólo vi ante mí a Bandit. La misma Bandit que cabía perfectamente en mis brazos años atrás; la misma Bandit que amaba volcar la comida en su ropa y tirar del cabello de su padre, y luego corría por todo el patio siguiendo al rosado canario; aquella que pasó su primera navidad rodeada de toda la familia, en ese entonces cuando no me odiaba Donna, ni yo a ella; la misma Bandit que jugaba con el gordo gato de mamá en la alfombra; la misma que ahora estaba llorando.

    No fue necesario preguntarle.

    —Ya no le dejes golpearte, mamá —murmuró entre gemidos, pasando sus jóvenes y suaves manos por la mota morada que el suéter de lana permitía ver.

    Me cubrí inmediatamente, pero fue tarde esta vez.

    La abracé de nuevo y ambas fuimos derribadas por el sueño, hasta que Gerard llegó.

    Y yo palidecí, porque había olvidado la estúpida reunión de Gerard a la que debía ir a las ocho.

    Y el reloj marcaba las diez.

    Y era muy tarde para reaccionar cuando Gerard entró finalmente a la habitación en la que estábamos Bandit y yo, azotando puertas y tirando cosas que yo siempre tenía que reemplazar.


Mine | Gerard WayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora