6.

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    —¿Qué hay?

    Bandit salió de la cocina con un vaso de leche en las manos. Se quedó tan anonadada como yo.

    —¿Pá?

    Sonrió tan extensamente que temí que se le partiese el rostro.

    —El mismo, corazón.

    Echó a correr hasta ella y la hizo girar por los aires. La infantil risa de Bandit llenó el silencio sepulcral que reinaba antes de que él llegase.

    Luego de que la bajó, me miró a mí.

    —Milla...

    Tomó mis caderas, dispuesto a hacer lo mismo.

    —¡Gerard, no!

    Y el silencio volvió.

    Sacudió la cabeza, como olvidándose de lo que dije, y me abrazó, dejando un beso en mi frente.

    —Te quiero, Milla.

    Sólo Dios sabía qué demonios le había pasado.

    —¿Qué te pasó, papá?

    Y al parecer, Bandit pensó lo mismo que yo.

    Pero Gerard no respondió. Sólo señaló un punto detrás de mí.

    Fue directo a la cocina, y ambas le seguimos, cautelosas, como esperando a que tuviera otro arranque de quién-sabe-qué.

    —¿Qué pasó, Gerard?

    Un mechón de rojizo cabello largo le cayó en la frente, de manera que sus preciosos ojos se escondían detrás de esa cortina alborotada.

    —¡Hemos mejorado en ventas un 67. 84%!, ¿puedes creerlo? ¡Incluso me emociona el 0.84%!

    Y nos abrazó. El fuerte aroma del tinte azotó mis fosas nasales.

    —Gerard, Dios, apestas a fármacos.

    Asintió mientras bebía el jugo que sacó del refrigerador.

    —Es por el tinte, cariño.

    Bandit se acercó a él y comenzó a juguetear con su cabello. Parecía que tenía más confianza ya y no esperaba otro vuelo con vista exclusiva de las paredes de la sala.

    —¿Por qué lo sabes hasta ahora?

    —¿El qué?

    —Sobre el aumento de las ventas.

    Y no nos levantamos de los taburetes de la pequeña isla hasta que estuvo bien entrada la noche. Poco me importó el cómo Gerard se quitaría ese tinte, si trataba con respetadas personas a diario; ni si Bandit pescaría otro resfriado, o yo llegaba tarde al trabajo al día siguiente. Era el momento de Gerard y de decirle lo orgullosas que estábamos de que todo el trabajo que hizo por años hubiese dado frutos.




Mine | Gerard WayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora