12.

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    —Tranquila, respira...

    Corrí hacia la puerta, pero los brazos de Michael me rodearon.

    —¡Déjame!, ¡suéltame!

    Di patadas al aire, grité hasta que las cuerdas vocales estuvieron jodidas. La herida en el vientre me daba punzadas, me sentí cansada, y luego bastó una inyección para hacerme perder la consciencia.

    Ya no sabía si lo que estaba viviendo podía ser posible.

    —¿Dónde está? —grité apenas abrí los ojos.

    —¿Quién?

    Lindsey estaba sentada en la butaca de al lado.

    —Valeska.

    —¿Por qué no descansas y luego, cuando estés mejor —miró inevitablemente mi vientre—, te lo cuento?

    La misma reacción de siempre. Las mismas irrigaciones. Las mismas pesadillas. El mismo deseo de retroceder en el tiempo y evitar conocer a Gerard hace años.

    Exigí que me llevaran donde Valeska apenas salí de la operación para cerrar (de nuevo) la enorme lesión en mi vientre.

    —¿Por qué?

    —No..., no lo sé —gimoteó.

    Quería decirle algo, lo que fuese, para que no se sintiera mal. Pero no estaba segura de si sería lo más razonable.

    —Vamos, Milla. Te pondrás mal de nuevo —mamá susurró.

    Era como si yo fuese una inútil.

    La ignoré.

    —¿Sobrevivió?

    —Sí, y llevó a Bandit consigo.

    Lloró de nuevo. A decir verdad, lo hizo porque enfureció y no por estar atrapada ahí.

    —¡Ni siquiera sirvo para eso!

    Cuando comenzó a golpearse a sí misma, los guardias nos echaron de ahí.

    —Te dije que la debieron mandar a otro sitio —masculló enojado uno de los hombres al otro.

    Y luego de tres semanas, Valeska fue trasladada al hospital psiquiátrico de San Francisco.

    El domingo de esa misma semana, el auto de Gerard fue encontrado.

    Pero tanto él como mi hija estaban en otro lado. Lejos de donde el auto permanecía. Y aún más lejos de mí.

Mine | Gerard WayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora