Epílogo.

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    La había vendido. Y había comprado otra.

    Lucía mucho más moderna, y estaba aproximadamente a la misma distancia del centro de la ciudad.

    —¿Te gusta?

    —Sí. Me gusta.

    Lo abracé.

    —¿Aún te duele? —Señaló mi vientre.

    —No. Hace unas horas sí. Pero la anestesia ha hecho efecto.

    Besó mi frente.

    —Está bien. Fue la última, Milla. Ya no más operaciones, ¿sí?

    En el patio habían muchas flores. Eran narcisos. Y un árbol joven estaba plantado a uno de los costados.

    —Entra, Milla; el viento comienza de nuevo.

    Me guió hasta que llegamos a la entrada y abrió la puerta para que yo entrase.

    —¡Sorpresa!

    Juraba haberlos visto irse tiempo antes. Pero estaban ahí. Sonrientes. Todo estaba demasiado iluminado; velas y focos por todos lados. Y un montón de comida en la mesa de madera.

    En mi mente, hacía años que no había estado en una celebración como esa.

    Recordaba la del primer cumpleaños de Grace y Nathan. La del cumpleaños número veintiocho de Gerard. La de Bandit.

    Me habían enseñado a controlar mis sentimientos. A ser fuerte. A no derrumbarme con el primer golpe.

    Valeska estaba entre ellos. Aplaudía enérgicamente como todos. También Donna. Estaba Mikey, su hija y Kristin también. Estaban las personas más importantes en mi vida.

    Y yo no podía sentirme más agradecida.

    Había dos tortas. Supuse que una no tenía azúcar, y la otra era tan dulce que seguro hostigaba.

    Todo estaba separado en dos. Con azúcar y sin azúcar. Con sal y sin sal. Con condimentos y sin condimentos. Con carne y sin carne. Para ellos y para mí.

    Comí tres rebanadas de torta, dos platos de comida y bebí tres tazas de café. Luego de todo eso, bebí dos vasos de agua y comí una manzana verde.

    Ellos comenzaban a beber vino ya. Mikey hacía caras extrañas a su hija mientras Kristin lo reprendía por estar ebrio. Le quitó a Sierra de los brazos y se la llevó afuera, porque adentro comenzaba a apestar demasiado a alcohol.

    Gerard hablaba con el padre de Kristin sobre que me vendrían bien unas vacaciones. El hombre no podía dejar de reír, y cuando intentó levantarse del sofá para ir por otra botella, cayó de espaldas.

    Valeska y Donna estaban igual. O quizá peor. Lindsay y mamá se unieron a ellas, y las risas aumentaron el doble.

    Kristin hablaba conmigo, porque era la única que no había bebido, y Sierra estaba dormida en sus brazos. Le sugerí que la dejase en un cuarto.

    —¿Sabes? Sé que no soy muy cercana a ti, Milla. Pero no estoy ciega para no ver cómo cambiaron las cosas desde que partiste hacia ese lugar de la colina.

    Suspiró y fue por una copa de vino. Luego de tres, bebió cerveza, como todos.

    —Incluso Michael. —Rió—. Creo que estaba un poco celosa, si te soy sincera —farfulló. Su aliento apestaba ya—. Me llevaba a las citas quincenales con el obstetra, y estaba al tanto de mí. Pero a veces desaparecía todo el fin de semana. —Permaneció mirando a Michael, que estaba en el suelo riendo—. Desaparecía y antes de irse sólo decía ''Iré a ver a Milea''.

    Sonreí.

    —Por cierto, ¿cómo estás? Sólo estoy diciendo otras cosas y ni siquiera te he felicitado. Por eso no bebo.

    Terminó el vaso completo de cerveza y se sirvió más.

    —Creo que ya no deberías hacerlo más, Kristin. Estás menos ebria que Mikey. ¿Quién conducirá?

    —¡Uh, cierto! La madre de Michael no pudo venir, pero me pidió que te felicitase y dijese que ella vendrá personalmente a entregarte algo que, cree, te encantará.

    La Kristin elegante se esfumó tan rápido como alguien encendió el equipo de sonido y reprodujo una alegre canción. Hicieron a un lado todo e intentaron comenzar a bailar. Me dediqué a verlos.

    Ebrios, sonrientes, diciendo un montón de ridiculeces, bailando, cayendo al suelo, quedando dormidos, confesando cosas.

    A las cinco de la mañana cayó dormida Lindsay, la última. Apagué el equipo, les puse mantas e intenté acomodarlos. Gerard estaba arriba, dormido, porque aún tuvo la fuerza para subir las escaleras y dormir decentemente.

    Busqué el baño, cepillé mis dientes, trencé mi cabello, me coloqué el pijama y me recosté a su lado.

    Acaricié su cabeza.

    Fue la mejor noche que tuve en años.


    Y ahora, existía la posibilidad de que terminase todo así de nuevo.

    —¡Acérquense, vamos a cortar la torta!

    La ola de niños llegó de donde estaban y rodeó la mesa en la que Leanne estaba sentada, justo en el centro.

    Cantaron la tradicional canción de cumpleaños, y cortó la torta. Gerard la subió a su regazo y le dijo algo que no escuché.

    Veía lo que me rodeaba, y luego pensaba en todo lo que pasó antes de esto. Antes de que la vida me sonriese de nuevo. Cuando la situación fue demasiado difícil, y no tenía esperanza.

    Cuando Gerard fue bueno conmigo, y lo traté mal. Cuando Gerard cambió, y era un posesivo violento que me reclamaba como suya.

    Mía.

    ''¡Mía, y no puedes ser una arrastrada con todos los hombres que se acerquen a ti, Milla! ¡No puedes estar cerca de otro hombre que no sea yo, ¿entiendes?! ¡Si querías estar así, no debiste haber aceptado casarte conmigo!''

    Mía.

    ''Mía, porque cuidaré de ti. Porque tu padre ha confiado en mí y te ha entregado a mí. Porque no dejaré que algo malo te suceda. Yo..., yo no sé con precisión qué diablos somos, pero sí, que tú eres mía. Quizá no estés segura de lo que sucede ahora, pero más adelante las cosas mejorarán. Te lo prometo, Milla. Vamos a estar bien''


    —Leanne quiere abrir los regalos, cielo.

    Me abrazó por los hombros y echamos a andar hasta donde estaban todos.




FIN.





Mine | Gerard WayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora