16.

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    —No soy una niña.

    Suspiró pesadamente.

    —Sí, Milla. Lo sé, pero te juro que va a estar muchísimo mejor. Deja atrás todo esto. Querías alejarte de él de una buena vez por todas. ¿No te parece ésta la oportunidad perfecta?

    —Sí, pero no viajando en un avión cuyo boleto fue pagado con su dinero, yendo a vivir a una casa pagada con su dinero, manteniéndome viva con su asqueroso dinero; qué buena forma de olvidarme de él, ¿eh? —metí la otra pierna en los pantalones y él se acercó a mí, intentando ayudar. Le metí un codazo—. Tengo mi propio dinero —me senté en el borde de la cama—, tuve un trabajo, tengo una cuenta bancaria. ¿Quieres dejarme en paz ya? Esta maldita cicatriz vuelve a dolerme —presioné mi abdomen levemente.

    Me levanté y me dirigí a la cocina. Él me siguió.

    —Él quiere compensártelo.

    Me detuve en seco.

    —De verdad, ¿quieres irte? ¿Por favor?

    Sonrió levemente.

    —Tienen razón, todos. Estás irritable.

    Lancé el pan tostado al suelo.

    —¿Qué esperabas?

    Tomó mis manos; eran suaves, pero tenían una fuerza enorme. Las mías lucían como pequeñas semillas en las suyas.

    —Tranquila, ven, ven.

    Me envolvió en sus largos brazos.

    —Siempre te he querido mucho, Milea.

    —Déjame en paz, Michael.

    Me ignoró.

    —Siempre me sentía especial cuando me llamabas Mikey. Mi madre te adoraba cuando llegabas con él y Bandit a casa y llamabas a todos por sus apodos..., horribles, por cierto. La madre de Gerard era un tanto diferente, pero muy dentro de ella siempre te apreció, aunque no lo admitiese. 

    —Cállate.

    De nuevo sólo veía manchas borrosas, sin formas, sin significado. Como mi vida.

    —Y luego, cuando terminábamos de cenar, la ayudabas a limpiar todo. Decía que eras una dos en uno. Decía que eras demasiado para él —intentaba deshacerme de su agarre, pero era casi imposible—... Después, a veces lloraba, y decía que ninguno de ustedes era culpable del infierno por el que pasaban. Decía que ella lo notaba, pero si tú no estabas dispuesta a hablar sobre ello, ella no te obligaría.

    En ese punto yo estaba golpeándole el pecho, inútilmente.

    —Cánate na. Banta.

    Rió.

    —Toma —sacó papel de su bolsillo y me lo tendió.

    Se separó de mí para que yo pudiera limpiarme y tirar el papel. Luego volvió a abrazarme.

    —De verdad, vete.

    —Cállate, Milla. Estoy abrazándote, sé que lo necesitas —besó mi cabeza suavemente —. Deja de ser tan horrible con los demás, ¿quieres? Todos siguen preocupados por ti. Creen que no voy a salir vivo de aquí.

    Solté una risa patética, y que sonó más como un quejido.

    —Estoy mejor ahora. Gracias, ahora sí te puedes retirar.

    Se recargó en el borde de la isla.

    —Entonces, ¿no aceptarás su propuesta? Ya lo ha pagado, estaba como un loco escogiendo todo cuidadosamente, y le gritaba a cualquiera que lo contradijera.

    ¿Tenía que sorprenderme?

    —Así es él.

    —Ya. Pero fue diferente. Él sólo se obsesiona así con el trabajo.

    —¿Qué me importa? Estoy bien aquí. Dile que, por favor, deje de enviarte a soltarme un montón de enormes estupideces y se mantenga alejado de mí. Eso ayudaría mucho.

    Bebió agua del vaso que tomó minutos antes de la alacena.

    —Sabes que no voy a salir de su casa con mi dignidad intacta, ¿verdad?

    —Tú tienes la culpa. Seguro que te ofreciste para esto. Eres demasiado bueno con todos, Michael.

    Llevó el vaso al fregadero.

    —Odio que me trates como a un desconocido. ¿Ya no más Mikey?

    —Odio que seas tan insistente. No más la antigua Milla, si es a lo que te refieres.

    —Ya. Te lo has tomado muy en serio. Por cierto, luces horrible con ese corte. De por sí ya pareces una masa deforme andante.

    —Gracias.

    —¡Por favor! ¡Quita esa horrible cara!

    —¡Por favor, lárgate ya!

    Difícilmente, y cojeando, lo empujé hasta la salida, y él no puso resistencia.

    —Cuídate.

    Me tiró un beso al aire.

    —Piérdete. Tú y Gerard. Piérdanse. ¡Piérdanse ambos!

    Escuché su viva y alegre risa cuando me di la vuelta.

    Cerré la puerta, y me golpeé el pie con la esquina del perchero.


Mine | Gerard WayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora