11.

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    —Ahora una del brazo. Aquí, aquí —ordenó el hombre de traje.

    —Colóquelo extendido, por favor, señorita —pidió.

    Hice lo que me ordenó soltando quejidos.

    —Ya no quiero —lloriqueé.

    Podía oír a Gerard diciendo lo cobarde que era.

    —Otras más, cariño —susurró mamá mientras me acariciaba la cabeza.

    —Ya no puedo. Quiero irme —me quejé.

    —Pronto, pronto —besó el dorso de mi mano.

    No podía creer que mamá era más linda conmigo que él.

    —Mamá —llamó.

    Se acercó a mí con mucho cuidado. Lindsey se acercó a ella.

    —Llévatela.

    Sollocé de nuevo.

    —No, por favor.

    —No puede ver esto, Millaray. ¿Quieres verla con un trauma de por vida?

    —Sólo quiero estar con ella.

    Mis ojos estaban tan hinchados que no podía ver con claridad, además de que no pasaba mucho tiempo antes de que volviera a llorar.

    —Ahora... —sus miradas estaban puestas en mí—..., el vientre.

    Otra ola de lágrimas azotó mis ojos.

    Comencé a gritar terriblemente. Caí al suelo entre el forcejeo y mi sorprendente resistencia.

    —Ya, déjenme —intenté decir, pero no entendieron bien, por lo que grité:— ¡Que termine con mi vida, resígnense, quizá sea mejor que toda esta mierda!

    —¡Enfermera!

    —Milla, tranquila.

    Mamá comenzó a llorar. Lindsey también. Valeska estaba ahí, pero parecía que se había cansado de hacerlo.


    «Mujeres: no saben hacer más que quejarse y llorar como perras desgraciadas cuando las quejas no son suficientes. Sobre todo tú, Millaray.»


    —¡El sedante, rápido!

    —Cómo lo siento, Milla —se acercó a mí—. Si hubiese pasado por ti para ir a la cita, no estarías así ahora —sollozó, pero las lágrimas ya no salieron—. Quisiera..., quisiera poder ser lo suficientemente valiente para...

    —Señorita, por favor, apártese para que podamos sedarla —le susurró con calma.

    —Yo también me odiaría si fuese tú —masculló mientras se apartaba lentamente.

    Sonreí. Era el momento menos adecuado para hacerlo, pero no me importó.

    —¿Ya tiene la dosis? —tomó la jeringa.

    —No te odio, Valeska.

    —Ahora —ordenó la mujer vestida de blanco.


    Luego me enteré de lo que pasó con Bandit, con Valeska y con Gerard.

    Pero cuando lo supe, fue tarde.


Mine | Gerard WayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora