7.

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    —Milla —susurró.

    Me removió hasta que por fin abrí los ojos.

    Y vi su sonrisa apenas lo hice.

    —Íbamos a cenar, cariño. ¿Recuerdas?

    Quise tallar mi cara con las manos, pero una de ellas estaba siendo aplastada por el cuerpo inerte de Bandit.

    —¿Uh?

    Mi mano, todo mi brazo en sí, estaba entumecido y sentía la impetuosa necesidad de hacer aguas menores.

    —Sí, sí. Lo siento. Bandit y yo estábamos viendo una serie. Iré al baño —tiré suavemente de mi brazo y logré sacarlo sin que mi hija se inmutase—. Despiértala, ¿quieres?—Él asintió—. Ahora vuelvo.

    Eché a andar hacia el baño, hice lo que tenía que hacer y volví a la recámara, donde Gerard ya vestía a una adormilada Bandit.

    —Mamá.

    —¿Qué pasa?

    Se talló los ojos y me miró.

    —¿Cómo ha terminado el capítulo?

    Sonreí.

    —Ya lo has visto mil veces, cariño. Sabes lo que pasa perfectamente.

    Me acerqué y acaricié su cabeza suavemente. Se giró a verme repentinamente.

    —¿A que es buena?

    —Sí, Bandit —pasé mi mano por su mejilla—, lo es.

    Volvió a su postura normal para que Gerard terminase de vestirla y yo cepillé su cabello, que estaba más enmarañado que nunca.

    —¿Cómo te ha ido hoy?

    Gerard me miró a través del espejo en el tocador mientras se ajustaba la corbata.

    —Bien. Todo ha ido mejor que nunca, y las ventas siguen subiendo, ¿puedes creerlo?

    Asentí satisfecha y le respondí:

    —Me alegra mucho, cariño.

    Se acercó con la corbata ya puesta y me besó en la comisura de los labios.

    —¿Ya?

    —Casi, espera un poco más.

    Cepillé una última vez su cabello y solté un ''ya está'' con el que Bandit saltó como resorte.

    —¿Listas?

    —Claro.

    —Sí.

    Abrió la puerta y, mientras él cerraba, tomé la mano de mi hija y echamos a andar hacia el auto.

    —Entra, cariño.

    Saltó graciosamente para entrar y cerré la puerta para luego entrar yo en la parte de adelante y hacer lo mismo.

    —Cinturones.

    —Listo —afirmó Bandit.

    Encendió el auto y comenzó a conducir tranquilamente mientras hablaba de un sujeto que encontró por la calle y que dejaba diez dólares a toda persona que viese pidiendo limosna.

    —¿Pondrás música?

    Él asintió y abrió la guantera.

    —¿Qué quieres que ponga?

    Divagó un poco antes de responder:

    —Queen, ¿quieres?

    —Sí.


Mine | Gerard WayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora