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    Toqué la bocina, impaciente.

    —¡Cállate!

    El grito se oyó en la habitación de ella, y su forcejeo con él no cesó.

    Puse el freno y bajé del auto. Abrí la puerta principal e inmediatamente me dirigí a la segunda puerta a la izquierda del piso de arriba.

    —¿Qué diablos estás haciendo?

    Los cabellos estaban pegados a sus frentes debido al pleito.

    —¡Suéltala, pedazo de imbécil!

    Repentinamente perdió interés en golpearla y la tiró contra el rosado y femenino tocador con perlas de fantasía y cosas que a mí jamás me habrían gustado tener de pequeña.

    —A mí no me puedes gritar así, cariño. Y cuando lo hagas —enredó mi cabello en su mano, haciéndola puño y doliéndome hasta el alma el cuero cabelludo— no te atrevas a protestar, ¡¿entendiste, tarada?! —tiró más fuerte del embrollo rubio cenizo que era ahora mi cabello—, ¡¿me estás escuchando?!, ¡¿sí?!

    En un intento por protegerme pasé mis uñas por su cara. El efecto fue inmediato: soltó mi cabello y se llevó ambas manos al rostro.

    Miré a Bandit, hecha un manojo de miedo y acurrucada en el rincón, y luego lo miré a él. Le susurré ''escóndete''; y después eché a correr, escuchando sus furiosos llamados detrás de mí. Escuché el reanudado llanto de ella. Escuché la violenta manera en la que él abrió la puerta que cerré, intentando hacerlo perder ventaja. Escuché que esquivó ágilmente el cesto de juguetes de Bandit.

    Y escuché sus pasos tan cerca que esta vez temí realmente por mi vida.

    Y por la de Bandit también.

    Pero también escuché a Lindsay interrogarme sobre las mallugaduras en mi piel. Escuché el tedioso discurso de mamá cuando nos despertábamos a causa de los gritos y pesadillas nocturnas de mi hija. Escuché a todo mundo hablando pestes de Gerard. Y en algún momento, cuando ya estaba a cinco cuadras de casa, me escuché a mí misma diciendo lo mismo que todos ellos.

    Esto no fue en lo que pensé cuando me casé con él. No cuando nació Bandit, ni mucho menos cuando festejamos nuestro aniversario número cinco.

    En ese momento no sabía a quién odiaba más: si a mí por dejar que todo se hubiera ido a la mierda o a él por intentar remediarlo con golpes, insultos y burlas.

    Quizá ambos nos habíamos arruinado mutuamente. Quizá no era esto lo que había para mí. Quizá sólo di un mal paso y todo se perdió.

    O quizá de verdad la vida me odiaba. Y yo también la odiaba a ella. Quizá esa era nuestra relación y jamás cambiaría.


Mine | Gerard WayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora