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    —¡Señor, suéltela!

    Intenté hacer lo mismo que la anterior vez, pero mis uñas se rompieron pronto, y terminé peor.

    Cuando creí perder las fuerzas y desmayarme, sentí que dejó de tirarme del cabello.

    —Es un abuso, Jesucristo. Es una mujer, y está embarazada también. ¿No tiene un poco de vergüenza? —comenzó a decir el policía.

    Me miró tan fija y detenidamente que hubiese preferido que continuara golpeándome a sostenerle esa mirada.

    —¡Ella también me golpeó! ¡Suéltenme!

    Sentí los párpados pesados y los pies comenzaron a dolerme.

    —¡Milla, mi amor! ¡Diles algo! ¡Diles que sólo estábamos bromeando!

    Ojalá cayese desmayada pronto.

    —¡Milla, Millaray! ¡Cómo te odio! ¡Por tu culpa soy un maldito infeliz!

    Me resistí a tomar el arma del policía y darme un tiro ahí mismo.

    —¿Se siente bien?, ¿le duele mucho?

    Me sentí ajena a la realidad. Lo único que rondaba en mi cabeza era lo que Gerard gritó con tanto odio.

    Un odio que, yo ya sospechaba, tenía hacia mí.

    —Llévenla a la ambulancia.

    Quería abrazar a Bandit y decirle que todo estaría bien. Quería decirle al ser que crecía en mi vientre que todo pasaría y en unos días volveríamos a ser felices.

    Pero jamás lo fuimos, a decir verdad.

    Y no lo seríamos.

    Luego de tres días preferí haber evitado que Gerard hubiese ido a la comisaría.

    —¡Maldita!

    —¿Qué haces, papá?

    —¡Todo es tu culpa!

    —¡La estás lastimando!

    Me atestó otra patada.

    —¡Estás ebrio!, ¡vete! —pidió entre lágrimas.

    —¡Lárgate de aquí!

    La empujó y ella cayó de espaldas. El agonizante grito que soltó me hizo saber que ella no estaba bien.

    Nada estaba bien.

    —Por favor —supliqué, al borde del desmayo.

    Se tomó un minuto para respirar exhaustivamente y me miró. Casi vi misericordia en sus ojos.

    —Ojalá darte tu merecido no fuera ilegal.

    Y reanudó sus golpes.

    En algún momento ya no sentí nada. Incluso me provocaba un cosquilleo.

    Tirones de cabello, más patadas..., y ya no estaba segura de si ellos aún tendrían la oportunidad de vivir fuera de mi vientre.

    Lloré, también en algún momento. Lloré porque ellos no eran los culpables. Porque quizá si decidiese hacer algo que no fuese dejarlo dañarme ellos no estarían en peligro.

    —Son dos, Gerard —gimoteé.

    Pero él ni se inmutó. Creo que ni siquiera me escuchó.

    Yo tampoco lo habría hecho. Apenas y tenía fuerzas para seguir consciente. Dudo que hubiese sonado como algo coherente.

    ¿No te cansas? ¿Me dejarás tirada aquí pronto? ¿Si quiera me llevarás al hospital para que ellos puedan morir dignamente y no en el suelo de la habitación en que fueron procreados?

    —Ya me aburrí, ojalá eso te enseñe. Toma —tiró su billetera a mi lado—. Ve en taxi y que te lo saquen ya. Es un error.

    —Son dos.

    Esta vez me oí un poco más clara.

    —¿Dos?, ¡¿y cuándo mierda pensabas decirme?!

    —Hoy en la mañana he ido a...

    —¡Cállate!

    Me atestó otra patada.

    Luego se volvió a donde estaba Bandit, mirando atentamente. Le dio una patada también. Ella chilló, y se golpeó la cabeza con el borde del armario.

    Se desmayó.

    Hubiese querido que me pasase lo mismo.

    —Ya no..., por favor, Gerard...

    —Quizá ni siquiera son míos. No creas que no noté cómo te vieron en la reunión de octubre.

    Estúpido.

    No dije nada.

    El vientre me dolía como los mil demonios. La cabeza me punzaba terriblemente. Las piernas no me respondían. El cuero cabelludo me ardía como si tuviera ácido.

    —Levántate ya, inútil. Ve al maldito hospital.

    Tomó las llaves del auto.

    Lo miré ilusionada.

    —No; yo voy a otro lado. Para eso te di el maldito dinero.

    Cerró la puerta con demasiada calma. Supongo que fue de las pocas veces que salió como una persona decente.

    Pero estaba segurísima de que yo no lucía decente para nada.

    Pasé cerca de diez minutos llorando, gimoteando, dando gritos guturales por las punzadas de dolor que me atormentaban.

    Y finalmente perdí el conocimiento.

Mine | Gerard WayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora