2.5

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   Abrí la puerta cuidadosamente. Algunas veces, Bandit jugaba frente a la puerta y terminaba durmiendo. Entonces, la golpeaba con la estructura de madera.

    —Bandit —susurré, removiéndola levemente.

    Por supuesto que no pude despertarla, así que decidí dejar primero las bolsas en la cocina.

    —No quiso quitarse de ahí hasta que llegases —confesó Gerard, bebiendo algo de un vaso de vidrio.

    —Seguro va a resfriarse.

    —No es mi culpa —dijo, indiferente.

    —Pero sí es tu hija.

    Se levantó del taburete y llevó el vaso al fregadero. Por un momento esperé que me diese una bofetada.

    —Voy a ducharme.

    Y salió de la cocina, con ese aire arrogante.

    Volví a la sala y llevé a Bandit en brazos hasta su cama. La despojé de sus pantalones cortos y blusa de tirantes, y vestí un pijama. Enseguida la cobijé y apagué la luz.

    —Mamá —musitó, removiéndose en la cama y cubriéndose bien con el cobertor.

    —¿Sí?

    —¿Mañana irás tú por mí a la escuela?

    Fruncí el ceño.

    —Si tu padre no va, iré yo, corazón.

    Encendí la lámpara de al lado de su cama.

    —Tienes que ir tú, mami.

    —¿Por qué?

    Miró fugazmente la puerta.

    —Ya no quiero que vaya papá con la otra señora.

    Comenzó a jugar con sus manos.

    —¿Con la abuela?

    —No, mamá. Con la que usa faldas cortitas y le da besos a papá.

    Como pude, esbocé una sonrisa torcida.

    —Duerme, Bandit. Y ya no me esperes en la puerta; puedes hacerlo en el sofá, o en cualquier otro lado.

    —Sí —asintió—. Te quiero, mamá.

    Apagué la luz y salí de la pieza.

Mine | Gerard WayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora