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    —¡Acérquense, niños!, ¡es hora de cortar la torta!

    Me resistí a las ganas de tomarla del cuello y sacudirla y me acerqué a ella.

    —Aún no es hora, señora. Los niños continúan jugando.

    Arqueó una ceja.

    Perra.

    Ella no podía ordenar en mi casa.

    —¡Quien no se acerque, no tendrá un trozo! —continuó alardeando.

    Llevé mis manos a mi cabeza, intentando controlarme.

    Obviamente se cortó la tarta. Obviamente tuve que acelerar las cosas porque los niños terminarían rompiendo todo si no tenían otra distracción. Obviamente quería echar a Donna de la fiesta y alejarla para siempre de mi familia.

    —Despierta, corazón —habló con una dulzura más falsa que su rubio cabello—, tienes una fiesta que terminar. Y he oído algo como un jarrón rompiéndose allá arriba —me guiñó un ojo.

    Casi me quedo sin cabello, si no hubiese sido porque Bandit gritó. Y luego Gerard.

    —¡Millaray!

    ¿Quién dijo que los hijos no heredan algo de sus padres?, ¿y qué tal de sus madres?

    —Millaray, maldita sea, ¡estoy hablándote!

    Deseé no existir.

    —¿Qué, Gerard?

    Mi voz sonó fastidiada y por un momento me sentí lo suficientemente valiente para encajarle un puñetazo, o hacer algo que no fuese sumiso.

    —¿Viste?, ¿viste que tus estúpidos sobrinos le han quitado la bicicleta a Bandit?

    Miré hacia otro lado. Era mejor ver hacia otro lado que a esos peligrosos ojos.

    —Iré a decirles algo —susurré intentando que me dejase en paz para así dejar de ser un manojo de nervios.

    —No, ya lo he hecho yo.

    —Dios mío...

    Una sonrisa cínica partió su rostro.

    —Ojalá se lo piensen un poco antes de molestarla ahora.

    Pasé mis manos por todo mi rostro.

    —Gerard, ¿qué hiciste?

    —Nada ilegal, corazón —besó descaradamente mi mejilla.

    Hace un tiempo hubiese matado por que me besase, pero ahora sólo pensaba en lo que dirían Lindsay, Valeska y mamá.

    —¿Por qué, Gerard?

    Frunció el ceño.

    —Porque yo te dije que simplemente saliésemos a comer a donde quisiese Bandit. Pero a la mujer no le pareció buena idea, ¿eh?

    —¡Bandit quería una jodida fiesta!, ¿qué parte no entiendes, estúpido?

    Supongo que está de más decir lo que pasó luego. Está de más decir cómo acabó todo; cómo me reprocharon el que no hubiese hecho nada en defensa propia; cómo lloró mares Bandit..., y cómo se me partió el corazón cuando Gerard salió azotando la puerta y no volvió hasta la semana siguiente, bañado, arreglado y destilando una colonia femenina.



Mine | Gerard WayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora