18.

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    Nada es fácil al comienzo.

    Si vale la pena, será fatigoso.

    El problema era que yo no sabía si verdaderamente valdría la pena.

    A veces, rondando las tres de la mañana, los dolores en el vientre volvían.

    A veces, la migraña me atacaba en medio del baño.

    O mis ojos comenzaban a irritarse debido a la basta presencia del polvo.

    Después de un tiempo, la adaptación se abrió camino en mi vida. Y yo lo permití.

    Les permitían visitarme, y luego, tenían que esperar dos meses para hacerlo de nuevo.

    Me rehusé a verlos los primeros seis.

    Me traían pan casero y una caja de té. El de siempre.

    Nos reuníamos en el jardín trasero; llegaban fatigados por subir la colina. Siempre intentaban hacerme pasar un buen rato. Soltaban incoherencias la mayor parte del tiempo.

    Donna llegó cuando fue la segunda visita. Me entregó un poemario de un escritor local, cinco narcisos y bocadillos de anís.

    —Siempre quise lo mejor para ti, Milla. Para ti y para Gerard. Si te ha incomodado mi visita, por favor díselo a Michael, y no me tendrás más por aquí.

    Su ceño se frunció, y dudaba de hacer lo que quería, pero luego de unos segundos, me circuyó en sus pálidos brazos.

    Luego, Michael se acercó a mí.

    —¿Qué te ha dado? —preguntó, mientras comía un trozo de la torta sin azúcar—. Esto sabe terrible.

    La arrojó en el plato, y me miró, expectante.

    —Yo tengo que comer eso. Tú no.

    —Olvida eso y dime qué te dio.

    Bebí del té.

    —¿Por qué ya no bebes café, Milla?

    Me acomodé en la silla de madera.

    —¿Quieres saber qué me dio o no?

    Asintió.

    Le mostré los tres presentes. Silbó.

    —Estos lucen bien —masculló mientras acercaba uno a su boca.

    Se los arrebaté todos.

    —¡Son de anís!, ¿no tienes olfato, Michael?

    Hizo una mueca.

    —Bueno. Yo venía a despedirme también. Kristin y yo iremos a casa de sus padres. Ben está muy mal.

    —Qué lástima. ¿Así se llama su padre?

    —No, es su perro.

    Un perro.

    Bien.

    —Adiós —susurré.

    Me abrazó y se fue. Luego, mamá y Lindsay lo hicieron también.

    Realmente hubiese deseado que Gerard lo hiciese antes que todos.

    —¿Cómo la vas pasando? —cuestionó, sentándose en la silla que estaba a mi lado izquierdo, donde se sentó Michael también.

Mine | Gerard WayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora