15.

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    —¿Y después?

    Dejó la taza de café a un lado.

    —Tuvo que robar el auto.

    —¡Pero no fue crimen!, ¿qué con tu hija? ¡No hubiese nacido decentemente!

    Comenzó a reír levemente.

    —A la policía no le importó mucho.

    Ambas permanecimos calladas luego de eso. Ella daba sorbos al café frío, porque llevaba media hora con él en las manos, y yo arrugaba las sábanas en mis puños y no sabía por qué.

    —Uh, en fin, vine a hablarte sobre..., sobre Gerard.

    Y ahí tenía más razones para temblar.

    Esperó a que yo agregara algo, pero continuó al ver que no estaba dispuesta a hacerlo.

    —Él llamó ayer, Milla. Él dijo que...

    —Cállate.

    Dejó de hablar de golpe, quizá sorprendida por el hecho de que yo no solía hablarle de esa manera.

    —Milla...

    La enfermera irrumpió en la habitación. Dejó algunos papeles en el escritorio de la esquina y salió, disculpándose.

    —Doris vuelve a las cinco para revisarte, Milla —sonrió, al tiempo que desaparecía tras la puerta.

    Lindsey esperó cerca de dos minutos para volver a hablar.

    —Yo no sé qué pasó exactamente cuando por fin hablaste con alguien que no era de la familia sobre lo que Gerard te hacía, pero creo que...

    —Me gustaría que dejaras de hablar sobre la persona que arruinó mi vida y te fueras.

    —Milla...

    —¡Vete!

    —Quizá hoy no estás de humor.

    Me crucé de brazos.

    —No, no lo estoy. Ni hoy, ni mañana, ni nunca más desde ese día.

    Suspiró pesadamente.

    —Entiendo.

    Se puso de pie y dejó la taza de lado para colocarse su abrigo. Me miró unos últimos instantes.

    —Si estás dispuesta a hablar sobre esto más adelante, te dejaré mi nuevo número. Kiley ha arrojado el anterior a la pared hace una semana. Te quiero, Milla. Ojalá mejores.

    Dejó el papel pegado a la orilla de mi cama y se fue.

    Pasé las dos horas siguientes viendo los números escritos con esa bonita caligrafía sobre el pálido papel.

    Pensaba en Gerard. Pensaba en la poca humildad que tenía. El cinismo que lo caracterizaba. Pensaba en los dolores a media noche que yo padecía en el vientre. Pensaba en un millón de cosas que no tenían demasiado que ver, pero ayudaban a no pensar en Gerard de nuevo.

    —¿Puedo pasar?

    —Sí.

    Dejó su equipo al lado de la cama y me ayudó a sentarme en la orilla de ella.

    —¿Ella era tu hermana?, ¿Valeska, era esa?

    —No. Ella era Lindsey.

    —Ya veo.

    Me tendió la bata y se dio media vuelta.

    —¿Me ayudas, por favor?

    —Ya no más pena, ¿eh?

    —Me da igual. No puedo hacerlo yo sola. Me romperé la otra pierna.

    —Creo que ya no estás tan hostil. Te vino bien su visita —pasó el orificio por mi cuello.

    —Creo que deberías callarte.

    Rió.

    —No por completo, pero se te ve mejor.

    —De verdad, Doris. Cállate.

    Usé todas mis fuerzas para levantarme y subir a la báscula.

    —Bien. Pesas tres libras más que hace cuatro semanas.

     Me ayudó a volver a la cama.

    —¿Tienes aún los de la última vez?

    —Sí. Los guardé.

    Se recargó en la pared.

    —No sé cómo sentirme.

    Bebió un sorbo de su té.

    —¿Quizá especial?

    —Supongo.

    —Si fuera tú, intentaría no caer de nuevo a cuatro metros de altura en unas escaleras. Así podría por fin desechar estos de una buena vez —agitó la carpeta—. Aunque, igual, tienen que pasar ocho semanas para tirarlos a la mierda.

    —¿Por qué no te callas y traes la horrible comida?

    —Está bien. No intentes levantarte, tengo algo especial para ti.

    Prefería estar ahí que en casa, para ser honesta.

Mine | Gerard WayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora