CAPÍTULO 41.
Los días pasaban sin Harry. Hacía más de un mes que se había marchado a Londres.
Louis sentía que se le estaba acortando la vida por la melancolía que lo atacaba y no lo dejaba existir. Se le ocurrían mil cosas horribles para herirse y ni una sola para sanarse, como si una corriente de aire eléctrico cada vez más intensa lo estuviera aspirando.
Los escalofríos son intensos cada vez que entra en la casona abandonada, que con el paso de los días se ha ido convertido en su hogar y es que se identifica plenamente con ella, con la ruina que representa. Toda esa devastación, el suelo putrefacto, las cortinas raídas y las ventanas hechas añicos son ahora el perfecto reflejo de su alma.
Recuerda cuando Harry lo confundió con un fantasma y ríe de medio lado sin ganas, porque ahora realmente se ha convertido en una sombra de sí mismo que vaga por las habitaciones del caserón sin rumbo y que sólo sabe escribir como un autómata palabras y más palabras de desamor.
La angustia sin límites le parte a la mitad, dejándolo sin aliento, llenándolo de un miedo intenso que parece que no va a detenerse nunca. Siente los brazos, las manos, el corazón dormidos, inutilizados, como si Harry le hubiese pegado con su partida parte de su enfermedad, como si la mitad de esa carga tan pesada que llevaba se hubiese trasladado a sus huesos.
Cómo un amor tan pequeño, tan intenso y tan nimio lo estaba llevando al borde del abismo? A caso se lo ha inventado? Su cordura pende de un hilo y el encierro y el aislamiento al que se ha sometido no hace más que agravar esa locura asfixiante.
Todos se mueren de preocupación por él y no entienden que está viviendo una especie de terapia autodestructiva. Necesita hacerse desaparecer a sí mismo, para poder volver a la realidad y a la vida como la persona en la que se ha convertido.
Una especie de catarsis en la que no duerme ni come y casi ni respira…una tortura continúa en la que solo escribe. Quiere usar la tristeza que sufre y darle un sentido, darle un por qué y hacerla totalmente suya en forma de novela.
Durante unos instantes no sabe donde está ni qué hora es, se ha dejado llevar por sus pensamientos. Está tumbado a oscuras, con los ojos abiertos suspendido en la penumbra, sin ver nada. Está ciego. Está muerto. Está agotado…
Ha terminado de escribir, ahora sólo queda llevarla a Londres y regalársela a Harry como si fuera un bombón relleno de hiel.
CAPÍTULO 42.
La vuelta a la ciudad está siendo algo más llevadera de lo que esperaba, se siente acompañado y en casa. Ha comenzado a ir a una nueva terapia convencido por la insistencia de Gemma. Está intentando ser sincero.
Echa terriblemente de menos a Louis, ha pensado en llamarle o escribirle, pero no sabe hasta qué punto esa es una buena idea. Si ha decidido apartarlo debe mantenerse firme para poder seguir adelante, ese es el plan, aunque ahora el plan le parezca la mierda más grande que se le ha podido ocurrir en toda su maldita vida.
Por la noche la gente de Niall ha organizado la inauguración de uno de sus nuevos locales en la zona del West End. La invitación lleva días esperando confirmación en la mesa de su despacho, no encuentra la motivación ni las ganas para ir, pero una llamada de su hermana esta mañana le ha puesto las pilas. Sabe que no puede ser egoísta con la gente que lo quiere y aunque antes que ir, preferiría pegarse un tiro, finalmente decide acudir y así darle una sorpresa al rubio.
La noche es fría, mucho más fría de lo que podía recordar Londres. La cola da la vuelta a la esquina de la calle principal y el ambiente es el propio de una noche de fin de año, pese a que aún están en noviembre. Uno de los guardias de seguridad lo reconoce al instante y le cede el paso a la zona VIP, aquello es un verdadero hervidero de gente, que se mueven como hormiguitas al compás de la música.
Entre la multitud le parece reconocer al grupo de amigos comunes y la larga melena de su hermana es inconfundible, se encamina a trompicones hacia ellos, deseando terminar el recorrido entre cuerpos lo antes posible, pero una mano lo detiene tirando de él hacia una de las barandillas de la parte más alta del local.
Cuando quiere darse cuenta de lo que está sucediendo algo parecido al miedo le oprime el pecho luchando por salir. Nick lo tiene arrinconado. Su expresión es una mezcla de hastío y desdén. Sin palabras lo tiene sometido.
Su respiración áspera lo asquea y paraliza.
Necesita sacar toda la ira que lleva dentro.
Siempre había pensado que la locura sería un sentimiento oscuro y amargo, pero cuando te envuelve resulta fresca y deliciosa. Siente como explota y de repente se escucha gritando, enfadado, parece un loco, un paranoico. Nada tiene más sentido que el eco de su rabia en forma de alarido.
Alguien lo abraza con fuerza y lo suelta de su agarre. Ha estado a punto de matarlo.