3. Él.

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Llueve. Siempre le ha gustado la lluvia. Cuando era pequeña solía salir a jugar al jardín cada vez que llovía, amaba la sensación de libertad que le daba jugar bajo la lluvia, aunque lo que más le gustaba era jugar con él. Siempre tenía que obligarlo a salir a jugar. A él la lluvia no le gustaba tanto, pero siempre salía, por ella. Nunca le negaba nada, la consentía en casi todo, pero de eso ya hace demasiado tiempo.

Lleva lloviendo desde hace dos horas o quizás desde hace tres, la verdad es que hace horas que ha perdido la noción del tiempo. Pero sabe que no son ni las once de la mañana porque sus amigas aún no han llegado.

Jenn lleva desde ayer por la tarde sin salir de su habitación, solo ha salido para ir a la cocina. No ha dormido nada en toda la noche. Desde hace unos años parece tener una especie de insomnio al que no le encuentra explicación alguna. Aunque quizás el motivo de no haber dormido hoy es algo más que ese insomnio.

Dentro de unas horas estará fuera de esta casa. Para eso viene sus amigas, para ayudarle con la mudanza. Tiene sentimientos encontrados con la idea de irse. Sabe que echara de menos esta casa, su casa, tan llena de buenos recuerdos. Pero también sabe que no puede seguir viviendo aquí, porque desde hace unos años los recuerdos no son tan buenos, desde hace unos años no tiene demasiadas cosas dignas que recordar.

Lleva unos años viviendo sola. Antes sus padres venían durante unos días a estar con ella todos los meses, pero cuando cumplió los dieciocho años dejaron de hacerlo, era mayor de edad y ya no tenían que preocuparse tanto, así que solo se limitan a llamarla por teléfono todas las semanas. Hace casi dos años que no los ve. Él hace años que no está. Cuatro para ser exactos. Por eso sus padres decidieron irse de la ciudad, demasiados recuerdos, demasiado dolor para ellos. Jenn en ese momento no quiso irse, tenía miedo de que al irse de esa casa se olvidara de él, aunque sabe que eso nunca va a pasar. Él es la única persona a la que Jenn puede decir que quiere de verdad. Porque nunca va a dejar de hacerlo. Aunque él ya no este.

Suena el timbre. Seguro que son sus amigas, deben de ser ya las once. Jenn se levanta del sillón, guarda la foto que tenía en la mano en una de las cajas del armario, donde tiene cosas guardadas de él. Las pocas cosas que pudo guardar, más bien las pocas cosas que sus padres le dejaron que guardara. Sale de su habitación y baja las escaleras. Cuando abre la puerta se encuentra a una Anny sonriendo, la cual lleva un montón de cajas en la mano.

─Pensaba que me dejarías aquí toda la mañana.

─Buenos días para ti también Evans. ─Dice dejándole pasar.

─Si, si, buenos días, pero ayúdame con esto. ─Dice riendo mientras entra.

─ ¿Y Emily? ─Pregunta al darse cuenta de que Anny viene sola.

─No lo sé, le envié un mensaje antes y no me ha contestado, así que supongo que seguirá dormida.

─ ¿Pero no habíamos quedado a las once?

─ Si, pero es que son poco más de las diez, veo que hoy no has dormido mucho.

─ ¿Cómo lo sabes?

─Porque básicamente no sabes en la hora en la que vives.

─Desde luego no ha sido una de mis mejores noches.

─Ya me he dado cuenta, por cierto, se me ha olvidado llamar a los de la mudanza. ─Empieza a decir poniendo cara de corderito, mientras que Jenn solo se limita a mirarla─. No me mires así, ha sido sin querer, además eres tú la que se muda, yo ya traje las cajas.

─Bueno también podemos llevar las cosas en tu coche, solo hay que llevar cajas y maletas, nada demasiado grande.

─Tu cualquier cosa menos llamar al camión de la mudanza. ─Jenn la mira con cara de no haber roto un plato en su vida─. Quita la cara de buena porque a ti no te pega nada.

Entre dos mundosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora