La señorita Cobatt

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(Por: Emmeline)


—Fuera de mi camino —una voz gruesa empezó a abrirse paso en el muro de estudiantes.

Irina guardó los colmillos y se cruzó de brazos. El hombre de la estación se acercó y recorrió nuestras expresiones con detenimiento.

—Síganme —dijo finalmente—. Los demás deberían ir a dormir, las luces se apagarán pronto.

Emprendió rumbo hacia el castillo sin más dilación y todos se apartaron cuando dio el primer paso.

Víctor le sonrió a Nina, como si la retara a repetir el espectáculo. No funcionó, pues ella volvió a mostrarle los colmillos.

—Vamos —me apuró, pasándolo.

La seguí sin desviar la vista del líder, aunque estaba segura de que si intentaba algo, Irina lo noquearía en segundos.

Conforme avanzábamos la palabra "vampiro" empezó a extenderse cada vez más rápido.

Me volví un segundo antes de entrar para ver la expresión aún confundida de Víctor y la de orgullo de James.

A su lado, Kyle me sonrió como si intentara decirme que todo estaría bien. Respiré hondo mientras atravesábamos las puertas de más de siete metros que custodiaban la entrada.

El hombre nos guió hasta el interior del castillo y se detuvo frente a lo que obviamente era el hall de recepción. Incluso eso era deprimente, con los vidriales tan desgastados que era imposible adivinar el diseño original.

—Soy el conserje Rinolds —nos informó en un tono seco—. Me encargo de la seguridad general del castillo, como deben saber. Del mismo modo, guiaré a los chicos a sus habitaciones. A ustedes, la señora Cobatt las recibirá en un...ah, allí está.

Una mujer alta y delgada se acercó. Parecía un buitre mal alimentado y te hacía pensar inmediatamente que así debería lucir la gemela malvada de la señorita Ave de Jimmy Neutron. En los brazos llevaba dos carpetas llenas de hojas.

—Buenas noches —saludó con un marcado acento del este—. Las señoritas conmigo. Hasta luego, Harold.

El conserje inclinó la cabeza mientras yo le hacía una seña a los chicos para despedirme. Irina, en cambio, avanzó como si no los conociera.

Era evidente que la señora Cobatt era una mujer de pocas palabras. Se limitó a guiarnos a través de pasillos y escaleras sin decir una sola frase de bienvenida.

Al llegar al tercer piso, empujó el cuadro de un pasillo vacío. Di un respingo al darme cuenta que ese era el acceso a un pasillo idéntico al que estaba pintado en el lienzo. El cuadro se cerró tras nosotras y la señora Cobatt buscó entre su ropa hasta encontrar una llave que llevaba colgando del cuello. Con ella, abrió un pequeño estante colocado a la derecha que apenas había notado, pues estaba empotrado en la pared. Dentro de él, había filas y filas de llaves colgando debajo de los números que indicaban a qué habitación pertenecían. Me imaginé que tenía copias de cada una, pues todas las filas estaban llenas.

La señora Cobatt sacó dos juegos y cerró el armario nuevamente.

—Su habitación es la 304, cama B —me extendió un manojo de llaves—. Y la suya la 307, cama B.

Irina se quedó de piedra al oír esto. Solo reaccionó cuando la señora Cobatt sacudió las llaves. El tintineo que produjeron pareció devolverla a la vida. Las tomó sin revelar ninguna emoción.

La señal del vampiro (Igereth #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora