El despacho de la directora

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(Por: Emmeline)

Nunca había ido al sótano del lado este, solo sabía que los profesores vivían allí porque lo había escuchado de casualidad en una clase.

Había un pasillo principal que lo unía con el resto del castillo. A la derecha había cuadros que intercalaban los directores de Beckendorf desde su creación. Como era la segunda más antigua, después de Diringher, no me sorprendió que pudiera llenar la longitud del pasillo con pinturas.

Era divertido ver cómo la moda mejoraba con los años y enterarme que el tercer director de la academia fue una mujer.

El profesor Farred nos escoltó sin detenerse un solo segundo para una visita turística y vimos pasar ante nuestros ojos la entrada a un comedor, una biblioteca con la chimenea encendida y finalmente, el pasillo de los dormitorios.

Mi primer pensamiento fue que me había metido por el pasillo incorrecto. El lugar lucía como si estuviera en ruinas. Fue la única vez que el profesor hizo una parada.

—Cada vez menos profesores de Beckendorf deciden hacer de la academia su hogar —murmuró como excusa.

A los chicos de Beckendorf no pareció sorprenderles la noticia pero nosotros intercambiamos miradas de asombro. Nunca había conocido un profesor en Diringher que no viviera allí. Estaba segura que incluso por Navidad la mitad de ellos se quedaba en la academia.

—Es bueno saberlo, —dijo Víctor— nos ahorra planear innecesariamente una broma nocturna.

El señor Farred resopló con la fuerza suficiente para ajustar su tupido bigote.

—He castigado cientos de muchachos por menos que eso —tronó con voz grave.

—Y por el tamaño de su barriga cualquier diría que se los comió a todos —oí susurrar a Víctor.

Juraría que el profesor también lo escuchó porque se sonrojó violentamente pero decidió ignorarlo y avanzó hacia el siguiente pasillo: las oficinas administrativas.

La primera puerta de todas era evidentemente la de la directora. El águila que sostenía en sus garras el cartel con su nombre la hacía inconfundible: Directora Amelia Durand.

El señor Farred tocó la puerta y el águila agitó las alas.

—Adelante —dijo él abriendo la puerta para nosotros. Pasamos bajo su mirada autoritaria a un despacho de lo más simple. Solo había estado en la oficina de Rushton una vez, cuando fui a pedirle que no me cambiara con Irina y era diez veces más elegante. De todos modos, no creo que tuviera nada que ver con el dinero: al señor Rushton le gustaba alardear.

La directora Durand, en cambio, estaba sentada detrás de varias montañas de folios. Era una mujer bajita y de lentes azules con forma de hoja.

—Josué —dijo con voz estricta—. ¿Qué ha pasado?

El profesor empezó a relatar el incidente con nerviosismo. No sabía exactamente por qué había golpeado a Karelle y yo no estaba dispuesta a decir una palabra. Sentía que si abría la boca, volvería a tirármele encima.

La directora se resignó ante mi mutismo y decidió preguntarle a Karelle.

—Solo di mi opinión sobre un tema —respondió ella altivamente—. Si a ella no le enseñaron a respetar la opinión de los demás, es su problema, no el mío. Además, su amiga nos atacó.

Apreté los dientes ante el tono con el que dijo "amiga". La señora Durand, con sus rápidos ojos felinos me miró sin pestañear ni desviar la mirada hacia el resto de los estudiantes. Cuando volteó, la cosa se estaba saliendo de control.

La señal del vampiro (Igereth #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora