(Por: Emmeline)
Mis padres lucían felices tirados en uno de los sillones del amplio salón, aunque podía ver la mueca de papá cada vez que se movía y una nube de polvo se alzaba.
Me aproximé con nerviosismo. Había leído sus cartas pero una reprimenda personal acabaría con mis ánimos por el resto de la noche.
Mi madre se puso de pie y el polvo que se levantó consiguió hacer toser a mi padre. Ella se rió y me atrapó en un abrazo. Me relajé contra su cuerpo y me susurró al oído:
—Estamos bien cariño, tu padre ya te ha perdonado.
—Nos salvaste de ir a la reunión de sus hermanas—dijo mi padre uniéndose al abrazo—. Es imposible no estar agradecido por eso.
Nos reímos los tres y sentí un nudo aflojarse en mi pecho. Iba ser otra bonita navidad en familia.
Papá y yo nos pasamos explicándole a mamá por qué debía tener cuidado con las sillas forradas de terciopelo dorado, debido a la tradición de esconder regalos debajo de ellas para aquellos invitados a celebrar el nacimiento de Jesús y también algunas trampas para los que codiciaban algún presente cuando no era su fiesta.
Alrededor de las nueve de la noche, Irina bajó a la sala común y se acercó a nosotros.
Mamá y papá sabían quién era Irina y lo que era, pero no pudieron evitar quedarse boquiabiertos.
Ella los saludó con una sonrisa.
—Mucho gusto, soy Irina Britt.
Mi padre le estrechó la mano con cautela y los ojos de mi madre se abrieron tanto que temí que se le fueran a salir de las órbitas. Se lanzó a abrazarla y darle un beso en cada mejilla. Irina se tensó, no estaba muy familiarizada con el contacto humano.
—Mucho gusto, Em nos ha hablado tanto de ti. Eres mucho más bonita de lo que imaginaba—la tomó de los hombros y la alejó un poco para poder verla mejor—. Dioses, eres preciosa.
Estoy segura de que si pudiera, Irina se habría sonrojado.
—Gracias —logró decir.
—Quiero darte las gracias por salvar a Em...no quisiera imaginar lo que ese hechicero...
—De hecho, soy yo quien le debe la vida —dijo Irina—. No es que esté exactamente viva, pero ya sabe...
Mamá se rio tan alto que algunas personas voltearon a mirarnos.
—Me agradas, tienes sentido del humor. Vamos chicas, siéntese un segundo y díganme cómo va la academia. Luce...interesante.
Interesante era una elección de palabra bastante alegre para el castillo. Pero a estas alturas creo que es evidente que mi madre es el tipo de persona que cuando va a la playa se hace amiga hasta de la arena. Irina empezó a describir algunas cosas poco relacionadas con nada como detalles de las grandes figuras que estudiaron en Beckendorf mientras mi madre asentía con entusiasmo. Papá y yo nos sonreímos en silencio, viendo a mamá lucir cada vez más como un niño al que le cuentas una historia para ir a la cama. Irina había empezado a hablar del clima después de que se agotaran las personalidades históricas.
—...pero el frío aquí que hace es terrible. A mí no me afecta, por supuesto, pero...
Al principio no entendí el por qué de su silencio hasta que noté que alguien se había detenido junto a nosotros. Era un hombre alto, vestido con una gabardina negra y con los mismos ojos grises de Nina. Ella saltó como impelida por un resorte y puso en su rostro una sonrisa cálida que raras veces veía en ella. Casi se le formaron pequeñas arrugas alrededor de los ojos.
—¡Viniste! —exclamó como saludo.
Su padre abrió los brazos y Nina se lanzó directamente hacia ellos. Ambos se estrecharon en un cálido abrazo. De repente, su cara se contorsionó.
—Uh...oh...querida, tu fuerza...
Nina estuvo fuera al segundo siguiente con una risita.
—Este es mi padre —lo presentó—. Esta es Emmeline y sus padres.
—Adolph Britt —dijo él con cuidado—. Mi hija y la vuestra son excelentes amigas y espero, por supuesto, que podamos estar en contacto.
—Noel Swift —se presentó mi padre—. Y esta es mi esposa.
—Vanessa Rivera —mamá también lo abrazó y yo contuve una carcajada. El padre de Irina también parecía ser reacio al contacto humano pero aceptó a mi madre como si le divirtiera su actitud.
—Yo lo conozco—dijo el padre de Irina—. Usted trabaja para el departamento de ubicación mágica.
Mi padre sonrió, orgulloso.
—Primera división, sí, señor.
—Nos volveremos a ver en la audiencia del caso, me imagino. Pero cuando esté por la Cofradía, pasaré a saludar.
Le extendió cuidadosamente una tarjeta y vi cómo a mi padre se le desencajaba la mandíbula.
—Si nos disculpan un momento, tengo que hablar con Irina sobre algunas cosas que...
—Por supuesto —se apresuró a decir papá.
Ambos aseguraron que regresarían en un momento para sentarnos en alguna mesa para disfrutar la cena. En cuanto se alejaron, mi padre volvió a leer la tarjeta con avidez.
—¡Es miembro del Consejo Mayor de la Cofradía! —murmuró—. ¡Había olvidado su nombre! Él estuvo en mi nombramiento como jefe de la primera división.
Papá cayó sobre el sillón, desencadenando una nube de polvo.
—Es el jefe del jefe —mamá se echó a reír mientras papá seguía agregando más jefes a su discurso— del jefe del jefe de mi jefe. Increíble, Em.
—Estoy segura que Em se ha hecho amiga de Irina por algo más que relaciones públicas para tu trabajo—le regañó mamá.
Papá siguió comentando sobre las jerarquías en la Cofradía mientras yo observaba con cuidado a Irina y a su padre.
Era divertido verlos juntos. Nina se sentaba en el brazo del sillón donde estaba su padre y ambos estaban completamente absorbidos, intercambiando palabras. Ambos tenían la misma mirada inteligente y astuta. Era bonito verla así, como si un muro dentro de ella se hubiera derrumbado.
Me recordaba cuando Irina conversaba con James.
Y hablando de James...sí, allí estaba, mirándola como si no hubiera nadie más en la sala.
Junto a él, Kyle parecía aburrido y jugaba con un hilo suelto en el sofá. Quizás debería acercarme a saludar; después de todo, era navidad.
ESTÁS LEYENDO
La señal del vampiro (Igereth #2)
FantasyÉl: La sigue persiguiendo. Ella: Lo sigue evitando....creo. Sus amigos: Están planteándose seriamente fingir que no los conocen. Lo que los une: El contenido de las malditas cartas. (Sinopsis mejorada....en proceso).