El castillo

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(Por: Emmeline)


El olor de tierra fresca inundó mi nariz, a pesar de que de repente el mundo era completamente negro.

Mi cabeza, aún adolorida, tardó algunos segundos en comprender que tenía una tela cubriéndola.

Alguien me puso de pie de forma brusca y me dio un empujón para caminar. Esto me hizo notar que mis manos estaban atadas detrás de mi espalda.

Con una sacudida, recordé el collar y a los encapuchados, pero por mucho que intenté realizar un hechizo, no conseguí notar algo diferente.

La sensación de estar al aire libre, pronto desapareció bajo el olor de polvo y el resonar de nuestros pasos sobre un suelo de piedra.

¿Dónde estábamos? ¿En Beckendorf? ¿En otro castillo?

El silencio era abrumador y solo hacía que mi incertidumbre se fuera por los cielos.

Mucha gente nos rodeaba, podía adivinarlo por el eco de los pasos y los susurros que llenaban el lugar.

Pasamos al menos diez puertas diferentes, probablemente custodiadas por guardias, ya que podías oír el movimiento de los cerrojos antes de que llegáramos y cómo volvían a cerrarlas cuando habíamos pasado.

Esperaba que los chicos siguieran conmigo, porque con tanto movimiento, era incapaz de saber dónde estaban todos, aunque sospechaba que si intentaban separarnos, Irina lo detectaría y nos advertiría. ¿O lo había hecho cuando estaba desmayada?

Después de la duodécima puerta, nos detuvimos. De alguna forma, supe que habíamos llegado a un lugar importante. La iluminación era diferente, había más murmullos, tuve que subir escaleras y cuando me dejaron, mi cuerpo tuvo el impulso de quedarse quieto.

Hubo unos segundos de murmullos hasta que, de repente, todos se quedaron en silencio.

—Terrible castillo —la voz de Nina se hizo eco en medio de la extraña quietud.

Alguien dio unos pasos a mi derecha.

—¿Cómo puedes saber qué pasa si no puedes ver? —dijo una voz rasposa. Un hombre. Definitivamente no un vampiro, todos ellos tenían voces finas y seductoras, como una trampa a tus sentidos.

—¿Cómo puedes estar vivo sin tener cerebro?—rebatió ella—. Solo tengo excelentes sentidos y una gran imaginación.

El hombre se rio fríamente y la capucha que me cubría la cabeza salió volando.

Parpadeé unos segundos mientras me acostumbraba a la luz. Nos encontrábamos en una sala cuadrada y gigantesca. La puerta por la que entramos debía estar detrás de nosotros, dado que no podía verla, el techo se elevaba varios metros por encima de todo y solo había dos minúsculas ventanas en lo alto. Lo demás era piedra.

La sala estaba claramente dividida en dos espacios. Nosotros nos encontrábamos en una especie de tarima que se elevaba sobre los demás por lo menos dos metros. La rodeada una muralla que hacía que todo se ondulara como si estuviéramos metidos en un tubo de agua.

Entendí que eso era lo que silenciaba la sala dado que podía ver a la gente aún hablando allí fuera, aunque era difícil afirmarlo pues todos llevaban capuchas.

—¿Dónde estamos? —Se me escapó.

Eso hizo que el hombre frente a nosotros volviera a reírse. Tenía ojillos pequeños como un roedor y una barba horrible.
—Aquí —fue todo lo que dijo.

La señal del vampiro (Igereth #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora